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Vailima

EL COFRECILLO ROJO (y 3)

Cuando algún alma despiadada y con hambre se siente preparada para ejercer de sacamuelas bastan unas pocas monedas para hacerse con todo el material necesario: botes, vasos, papeles y, fundamentalmente, los medios para una medicina denominada “teriaca” que se supone que ayuda contra la pestilencia y demás ponzoñas y un agua azul contra el escorbuto, la caries y el dolor de ojo. La venta de estos “medicamentos” constituye la mayor parte de los ingresos de un médico respetable de esta calaña. Los remedios se guardan en cajas como el cofrecillo rojo que Tiépolo situa sobre el paño azul. Bajo el mismo, un gran baúl que, junto al caballo y al carro engloban el total de pertenencias de estos charlatanes.
Además de los medicamentos, comercian con otro tipo de productos como tintes de belleza y juventud o elixires de la vida o filtros de amor. Si alguien tiene reparos a la hora de comprar estos milagros no tiene más que plantarse una máscara para conseguir el anonimato deseado.
Ya ven ustedes que el siglo XVIII no difiere gran cosa del nuestro en cuanto a magufería milagrera se refiere. Incluso, como en la actualidad, estos charlatanes disfrazos de ciencia, garantizaban su eficacia mediante alusiones a su éxito en otros lugares, aportando un documento sellado como el que el pintor nos presenta junto al cofrecillo rojo. Por si esta “garantía” nos pareciera insuficiente, se repartían folletos publicitarios ensalzando la profesionalidad y eficacia del charlatán y sus medios. Como hoy en día también, la facilidad de palabra y la improvisación (como los del personaje que levanta su mano sujetando unas tenazas con una muela) eran condición sine qua non dentro de este mundo del médico sacamuelas charlatán que, a modo de actores, lograban engañar a la población incauta e ingenua, en nombre de la razón y de la ciencia. Piensen ustedes que el vocablo charlatán proviene del verbo ciarlare, que además de “hablar” significa “engatusar”.
El lienzo de Tiépolo ofrece al espectador todo un lujo de detalles. Desde el mono hasta el estandarte, la pompa y el barullo: ruido y animales exóticos despiertan la curiosidad del populacho y la apariencia de haber conseguido el éxito en otros lugares y haberse enriquecido otorgan al charlatán la confianza suficiente. Sobre los incautos pacientes, se erigen tres actores que componen además el elenco de pertenencias (a modo de séquito) del engañador. En el cuadro los vemos: un arlequín con máscara oscura gesticulando, una joven abanicándose y una dama que nos da la espalda y que sujeta sendos pañuelos que, a cambio de dinero, recogen de las víctimas una vez que han suministrado sus milagrosos medicamentos.
Ya ven, sacamuelas, charlatanes, exotismo, actores, músicos y mucho marketing: todo un “Crónicas marcianas” en la Venecia del dieciocho con el pudor que las máscaras regalan a su portador. Eso sí, por encima de todo y en todo se encuentran la Ciencia y la Razón.
Pónganles, si ustedes lo desean, nombres y apellidos a los personajes de este lienzo de Tiépolo. Comprobarán que no resulta tan difícil.
Hasta pronto
p.d. no lo saben, pero mañana viernes tengo mi cita trimestral con mi cirujano periodontólogo. Después de esta serie de post, quizás le mire con otros ojos aunque ahora, en el siglo XXI, quien se ponga la máscara verde sea él y no yo. Deséenme suerte.

4 comentarios

Vailima -

Sí duele, Palimp. Y mucho. Me voy tan dopada que me tienen que acompañar y no puedo conducir. Bueno, no puedo ni ser humana. En fin, ya ha pasado.

Palimp -

Buf, eso impresiona más. Espero que no duela demasiado.

Vailima -

Bueno, yo no he ido hoy al dentista, voy al cirujano que me hizo un injerto de hueso. La diferencia, para mí al menos, es abismal.
Un abrazo

Palimp -

Te deseo suerte, aunque ya no estamos en el siglo XVIII y la ciencia -tan denostada por los amantes de lo natural- ha conseguido que ir al dentista sea un paseillo.