ADOBE, GOTICO Y OLOR A ESPECIAS (PARIS-V)
Lo hemos comentado muchas veces: no hay como perderse por las calles, sin rumbo fijo, alejarse de las grandes avenidas y callejear por los barrios. Entonces es cuando la ciudad te empieza a desvelar sus secretos, cuando paseas sin prisa París huele de otra forma. Puedes encontrar una casa con paredes de adobe a medio kilómetro de Nôtre Dame, como sucede con las que ocupan los números 11 y 13 de la Rue de François Miron. Observamos atónitos estos dos edificios hermanos en pleno centro de París como un recuerdo indeleble de lo que la capital de Francia debió ser en la edad media, y sólo a la vuelta pudimos comprobar que en algunas webs se mencionaban como unos de los edificios más bonitos de París. Lo increíble es que están, como he dicho, a menos de quinientos metros de Nôtre Dame.
La existencia de casas de viviendas medievales es extremadamente rara en París, según explicaba un cartel adosado el edificio. Podrían datar en su estado primitivo del siglo XIV, y se conocen escritos que atestiguan su existencia en el siglo XVI. Son dos edificios espléndidos, de cuatro y cinco plantas que en su momento serían de lo mejorcito de la capital francesa. En la misma calle existe un establecimiento que es una orgía de colores y de olores. Una especiería oriental, llamada Israel. La Maison Israel, Epicerie du Monde.
No es que hayamos ido hasta París para recolectar especias, pero una vez allí, te das de bruces con una tienda como esta, y es imposible no aprovechar. Cúrcuma, cilantro, mejorana, jenjibre, clavo, azafrán, cardamomo, eneldo, coriandro... imposible explicar como puede oler todo ello junto. Una vez más, a tiro de piedra del ábside de Nôtre Dame, volvía a ver la escena que no veía desde niño, de una tienda en la que las legumbres están dispuestas a granel en enormes sacos, de los que el tendero a pedición del cliente extrae la cantidad deseada con una palita, llenando una bolsita sobre una balanza.
Por si la maravillosa cacofonía de olores fuera poco, en primera línea se apilaban recipientes llenos de productos en salmuera: aceitunas de mil colores, pepinillos, pimientos, qué sé yo. Soy un incodicional de arroz, hasta el punto de que no conozco arroz malo, por horrorosa que sea la mano que lo haya preparado, de modo que me fijé en un arroz salvaje de color negro intenso. Cada grano era muy delgado y muy largo, al punto de parecer una especie de clavo de acero negro sin cabeza. Compramos el arroz y un batiburrillo de especias mezcladas que hacen las delicias de la vista y del olfato (esperamos que también lo hagan con el gusto).
Animados por estos descubrimientos, seguimos buscando por los alrededores y encontramos una tienda de fósiles para la que no encuentro adjetivo, y por lo tanto no usaré ninguno. Baste decir que había en el escaparate un trilobites que costaba mil quinientos euros. Como fotografiarlo era gratis, ese es el único lujo que me permití:
En el interior de la tienda, convivían estupendos minerales con cientos de fósiles de invertebrados espectaculares: ammonites, belemnites, trilobites, maravillosos crinoideos, geodas de amatista, cristales de pirita de tamaño familiar, incluso dos minúsculos puntitos enmarcados en un cuadro con la certificación de que se trataba de sendos fragmentos minerales de la Luna y de Marte. Creo saber lo que siente una mujer cuando sale sin comprar nada de una tienda de complementos de alta gama. Me hubiera gustado llevarme la tienda entera.
Abandonando la zona del río y dejando el Hotel de Ville a nuestras espaldas, nos adentramos en el barrio judío, por callejuelas estrechas con nombres tan harrypotterianos como Rue Nicolas Flammel. Visitamos unas cuantas iglesias góticas de barrio, como la de Saint Merry o la de Saint Leu y Saint Gilles, de la calle Saint Denis. Esta última convive sin demasiados problemas con docenas de sórdidas sex shops en un barrio que ha ido cogiendo ese aspecto tan característico que toman las zonas en las que el sexo de baja estofa se adueña del lugar. En todo caso, el gótico pequeñito está desparramado por París, dejando aquí y allá sublimes tesoros de tamaño medio que merece la pena visitar. Las dos iglesias mencionadas son dos de nuestras favoritas, pero la palma se la lleva la de Saint Severin, en pleno barrio latino.
A esta última iglesia pertenece la foto siguiente, que hicimos antes de cenar. Su característica más personal es esa columna con el fuste helicoidal que domina el ábside, visto desde la nave central.
Antes, mientras la tarde aún brillaba con un sol de justicia, habíamos vislumbrado desde el parque del Forum Des Halles el enorme edificio de Saint Eustache.
Tras hacer esta foto, nos sumergimos en las profundidades del metro en medio de una marabunta humana indescriptible (era sábado por la tarde). Unas escaleras mecánicas nos introdujeron en compañía de miles de seres humanos en las profundidades de la ciudad y tomamos rumbo al hotel para cenar en un espléndido japonés.
De esta forma terminó un día completo en París. Bueno, no exactamente, pero hasta aquí puedo contar.
11 comentarios
Artedigital -
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jose -
Materia Grix -
Materia Grix -
Saludos.
Vanina Vainilla -
Mhhhhh..., que maravilla, París.
Lleno de sorpresas maravillosas en cada esquina.
Cuantos recuerdos.
Muchas grácias por éste post.
TioPetros -
TP
Charles de Batz -
Salud
Vere -
Salamandra -
Iván -
Parece que puedo incluso oler las especias... mmmm.