CON LOS OJOS BRILLANTES
Benjamin Zander nos conduce "sobre una nalga" hacia la pasión por entender la música clásica. Su final, didáctico y humano, es un buen comienzo para esta nueva primavera que hoy se estrena. Fabuloso.
Benjamin Zander nos conduce "sobre una nalga" hacia la pasión por entender la música clásica. Su final, didáctico y humano, es un buen comienzo para esta nueva primavera que hoy se estrena. Fabuloso.
"hija, a tu edad..." me dice mi amantísima madre cuando me ve hecha un guiñapo por los nervios del estudio. Y me vuelvo a casa, repitiéndome una y otra vez -en la intimidad más silenciosa- que "pa qué". Menos mal que el ser humano dispone de ciertos recursos, redentores ellos, que te quitan la tontería de un plumazo. Eso es lo que esta señora, una intelectual, una mística, quizá la primera humanista del siglo XXI (como dice un amigo mío), ha hecho conmigo: redimirme en mi mismidad.
Espero, francamente, que os pueda ayudar. Yo por lo pronto creo que voy a ovular, o a menstruar, o las dos cosas a la vez que una cuando se pone...
Para que luego digan que España no está a la cabeza de la intelectualidad mundial. Si es que la gente habla por hablar.
p.s. bueno, precisamente a la cabeza, no.
Como saben los lectores habituales de este blog, Vailima y un servidor decidimos hace ya bastantes años dedicar las vacaciones de cada verano a conocer el interior de España. Y claro, dado que el territorio es finito y que las peculiaridades de nuestro gusto nos hace huir de las costas, la posibilidad de repetirse es relativamente grande.
Este año repetimos Soria. Siempre nos hemos enamorado de las tierras que hemos visitado. En parte porque cuando vamos lo hacemos con la ilusión de quien va a Indonesia, a Nepal o a Australia. O más. En parte porque llevamos nuestro viaje pormenorizadamente preparado (bendita web), y así maximizamos las posibilidades de encontrar la belleza que nos espera, y en parte porque esta forma de pasar nuestras vacaciones es exactamente la que nos gusta. Con Soria también ocurrió lo mismo, hace casi diez años. Por eso hemos decidido repetir.
Visitaremos el románico Soriano, pasearemos otra vez por el cañon del río Lobos, cenaremos en Calatañazor, disfrutaremos de bellezas románicas escondidas en Fuentesauco, Tozalmoro, Omeñaca, Andáluz, Caltójar, Caracena, El Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz, sin olvidar la propia capital. Y comeremos y beberemos magníficamente; como la última vez que estuvimos en tierras sorianas. Y haremos una visita a los pueblos de arquitectura negra de Guadalajara.
El panorama sólo podría ser aún mejor si algún lector pertenece a la zona y quisiera aceptar de nosotros unas cervezas. Sirvan los comentarios a tal fin. Comprobar que tras los trazos en la pantalla existen personas es otro de los placeres que nos hace disfrutar de nuestros viajes. A la vuelta les prometemos contar nuestras aventuras, como hicimos con París.
Tio Petros.
Gracias a todos por vuestras felicitaciones y palabras de ánimo. Estaba tan contenta con la calificación que -aunque el Petros me ha puesto verde por ello- no dudé en colgarlas para compartir mi entusiasmo. Entre el trabajo, la casa, la familia y las crisis de vértigo que me tuvieron más de mes y medio anulada completamente, el esfuerzo ha sido recompensado. Además, nuestra familia se ha visto incrementada con un miembro más de nombre Sabu, que aunque se empeñe en parecer un cachorro de boxer, nosotros sabemos que se trata de un cruce entre un cocodrilo y un velocirraptor. Juzguen ustedes mismos a este monstruo de tres meses.
Ya saben que una servidora decidió en su día emprender la aventura (¡a mi edad!) de matricularse en (ahora con Bolonia) Historia del Arte. Bueno, sólo quería decirles que creo que he cumplido con la asignatura de Arte Antiguo a la que me he presentado este año (sí, sólo una pero densa y sustanciosa). Les dejo el comprobante del resultado con el que estoy tan contenta que pego uno y otro bote de alegría:
Hay veces que me digo: “algo habremos hecho para merecernos esto” y aquí estoy yo, repasando y repasando hasta donde alcanza mi memoria y no encuentro nada proporcional. No es que sea perfecta, para qué les voy a engañar, tengo mis defectillos como todo el mundo pero en cuestión de pecados, del montón, oiga. Es más, ni son pecados a la antigua usanza porque a ver qué tienen de malo los pensamientos impuros con lo divertidos que son. Esto me recuerda que tengo que enviarle un preservativo al papa.
Pues lo dicho, que hago acopio de actos y vivencias y reconozco que lo que les traigo no tiene nombre. Bueno, sí lo tiene pero mejor lo olvidamos. Para todos aquellos amantes de la música sin mácula, melómanos tiñosos. Va a ser que los pecadores son otros y nosotros los penitentes, y si no escuchen (que ni falta que hace que me afinen el oído).
Hoy he acudido al dentista y ha utilizado un aparato similar a éste para calentar un clavo que luego ha introducido en mi boca. Mientras lo hacía, me he imaginado que sonreía al tiempo que una servidora, cual cerdo trufero, no paraba de menear la nariz a causa del olor a carne quemada. Si el soplete lo hubiera manejado el Ferrán Adriá no hubiera sido lo mismo, claro está. Sin embargo, por esas cosas que incluso se le escapaban al bueno de Kant, el dentista sigue siendo, aún fuera de la consulta, un querido amigo que como él dice, me hace endodoncias glassées.
Quien bien te quiere, te hará llorar reza el refrán patrio y si viajamos un poco más, existe una patología en Estocolmo convertida en síndrome que me viene al pelo: acudo al dentista en contra de mi voluntad, me tortura y al cabo de tres cuartos de hora retenida en un límpido habitáculo, le pago lo que su también sonriente compinche me pide.
Tio Petros, en uno de esos post que nos ha regalado últimamente, ya apuntaba –incluso de forma gráfica- la emoción de un encuentro estético tan esperado para mí tras meses de estudio. Para ser franca, fueron varios los encontronazos, si me permiten el término, que provocaron algo muy parecido a otra patología que muchos ahora conocen gracias a un anuncio publicitario. Sí, han acertado, me refiero al síndrome de Stendhal en el que de nuevo soy víctima que sufre una especie de vértigo, llanto, dolor en la boca del estómago y taquicardia. Créanme, no les miento ni exagero. Como las hijas de Elena, tres eran tres, las obras de arte con las que me faltó el aliento; con las que creí que se me iba la vida. La primera ya la conocen ustedes, la Estela de Naram-Sím, cuyo nombre ya sólo al pronunciarlo se me deshace en la boca. La segunda, las estatuas sedentes de Gudea de Lagash, el príncipe constructor de templos y, la tercera, los lamassus asirios de Sargón II, de los que hablaré, si ustedes quieren, próximamente.
Les echo de menos.
A ellas también.
Lo hemos comentado muchas veces: no hay como perderse por las calles, sin rumbo fijo, alejarse de las grandes avenidas y callejear por los barrios. Entonces es cuando la ciudad te empieza a desvelar sus secretos, cuando paseas sin prisa París huele de otra forma. Puedes encontrar una casa con paredes de adobe a medio kilómetro de Nôtre Dame, como sucede con las que ocupan los números 11 y 13 de la Rue de François Miron. Observamos atónitos estos dos edificios hermanos en pleno centro de París como un recuerdo indeleble de lo que la capital de Francia debió ser en la edad media, y sólo a la vuelta pudimos comprobar que en algunas webs se mencionaban como unos de los edificios más bonitos de París. Lo increíble es que están, como he dicho, a menos de quinientos metros de Nôtre Dame.
La existencia de casas de viviendas medievales es extremadamente rara en París, según explicaba un cartel adosado el edificio. Podrían datar en su estado primitivo del siglo XIV, y se conocen escritos que atestiguan su existencia en el siglo XVI. Son dos edificios espléndidos, de cuatro y cinco plantas que en su momento serían de lo mejorcito de la capital francesa. En la misma calle existe un establecimiento que es una orgía de colores y de olores. Una especiería oriental, llamada Israel. La Maison Israel, Epicerie du Monde.
No es que hayamos ido hasta París para recolectar especias, pero una vez allí, te das de bruces con una tienda como esta, y es imposible no aprovechar. Cúrcuma, cilantro, mejorana, jenjibre, clavo, azafrán, cardamomo, eneldo, coriandro... imposible explicar como puede oler todo ello junto. Una vez más, a tiro de piedra del ábside de Nôtre Dame, volvía a ver la escena que no veía desde niño, de una tienda en la que las legumbres están dispuestas a granel en enormes sacos, de los que el tendero a pedición del cliente extrae la cantidad deseada con una palita, llenando una bolsita sobre una balanza.
Por si la maravillosa cacofonía de olores fuera poco, en primera línea se apilaban recipientes llenos de productos en salmuera: aceitunas de mil colores, pepinillos, pimientos, qué sé yo. Soy un incodicional de arroz, hasta el punto de que no conozco arroz malo, por horrorosa que sea la mano que lo haya preparado, de modo que me fijé en un arroz salvaje de color negro intenso. Cada grano era muy delgado y muy largo, al punto de parecer una especie de clavo de acero negro sin cabeza. Compramos el arroz y un batiburrillo de especias mezcladas que hacen las delicias de la vista y del olfato (esperamos que también lo hagan con el gusto).
Animados por estos descubrimientos, seguimos buscando por los alrededores y encontramos una tienda de fósiles para la que no encuentro adjetivo, y por lo tanto no usaré ninguno. Baste decir que había en el escaparate un trilobites que costaba mil quinientos euros. Como fotografiarlo era gratis, ese es el único lujo que me permití:
En el interior de la tienda, convivían estupendos minerales con cientos de fósiles de invertebrados espectaculares: ammonites, belemnites, trilobites, maravillosos crinoideos, geodas de amatista, cristales de pirita de tamaño familiar, incluso dos minúsculos puntitos enmarcados en un cuadro con la certificación de que se trataba de sendos fragmentos minerales de la Luna y de Marte. Creo saber lo que siente una mujer cuando sale sin comprar nada de una tienda de complementos de alta gama. Me hubiera gustado llevarme la tienda entera.
Abandonando la zona del río y dejando el Hotel de Ville a nuestras espaldas, nos adentramos en el barrio judío, por callejuelas estrechas con nombres tan harrypotterianos como Rue Nicolas Flammel. Visitamos unas cuantas iglesias góticas de barrio, como la de Saint Merry o la de Saint Leu y Saint Gilles, de la calle Saint Denis. Esta última convive sin demasiados problemas con docenas de sórdidas sex shops en un barrio que ha ido cogiendo ese aspecto tan característico que toman las zonas en las que el sexo de baja estofa se adueña del lugar. En todo caso, el gótico pequeñito está desparramado por París, dejando aquí y allá sublimes tesoros de tamaño medio que merece la pena visitar. Las dos iglesias mencionadas son dos de nuestras favoritas, pero la palma se la lleva la de Saint Severin, en pleno barrio latino.
A esta última iglesia pertenece la foto siguiente, que hicimos antes de cenar. Su característica más personal es esa columna con el fuste helicoidal que domina el ábside, visto desde la nave central.
Antes, mientras la tarde aún brillaba con un sol de justicia, habíamos vislumbrado desde el parque del Forum Des Halles el enorme edificio de Saint Eustache.
Tras hacer esta foto, nos sumergimos en las profundidades del metro en medio de una marabunta humana indescriptible (era sábado por la tarde). Unas escaleras mecánicas nos introdujeron en compañía de miles de seres humanos en las profundidades de la ciudad y tomamos rumbo al hotel para cenar en un espléndido japonés.
De esta forma terminó un día completo en París. Bueno, no exactamente, pero hasta aquí puedo contar.
Siendo yo un niño de unos diez años, pedí a mi padre un libro de dinosaurios para mi cumpleaños. Y mi padre hizo lo que hubiera hecho cualquier padre: comprar un libro de dinosaurios adecuado a la edad de su hijo. Estamos hablando de principios de la década de los años setenta, y por aquel entonces el número de libros de tal tema y para tal público era exiguo.
El caso es que sufrí una enorme decepción, y le expliqué a mi progenitor que lo que yo quería era un libro de dinosaurios "de verdad", para mayores. Así pues, una tarde de sábado nos dirigimos los dos a la Librería Internacional de la calle Churruca de San Sebastián a devolver el libro y buscar otro. Sería la primera de una larga tanda de paseos a dicha librería -hoy desaparecida- en tardes de sábado invernales.
El caso es que el libro escogido fue "Introducción a la paleontología", de Björn Kurten, Para que no cupiera ninguna duda sobre el contenido principal del libro, el subtítulo era "El mundo de los dinosaurios". A pesar de ello, no se limitaba a los grandes reptiles, sino que esbozaba correctamente una visión de la vida en la tierra desde los inicios precámbricos hasta la actualidad. Aquello era otra cosa. Mientras algunos de mis compañeros de clase sabían recitar las alineaciones de una docena de equipos de fútbol, yo sabía, y aún sé perfectamente recitar la lista de periodos geológicos como si de la lista de los reyes godos se tratara, aunque aprendida con sumo placer: holóceno, pleistoceno, plioceno, mioceno, oligóceno,eóceno, paleoceno, cretáceo, jurásico, triásico, pérmico, carbonífero, devónico, silúrico, ordovícico, cámbrico y precámbrico.
En breve, el libro estaba leído, releído, memorizado, subrayado...y deshojado, porque la encuadernación no era a prueba de tal nivel de pasión bibliófila. Para mi horror, contemplaba que cual árbol caducifolio pasado el verano, una a una las hojas de mi querido libro iban separándose del lomo.
Otra vez mi padre vino en mi auxilio: llevó la Introducción a la Paleontología a su taller mecánico, con un taladro hizo catorce agujeros muy cerca del lomo y con un hilo fuerte recosió la totalidad del libro. Así lo conservo hoy en día; así lo tengo frente a mí en estos momentos.
Una de las palabras más bonitas de mi infancia y adolescencia es la palabra fósil. Saber que una determinada concha marina que puedo tener entre mis manos tiene trescientos millones de años me sigue produciendo una sensación comparable a la sensación de Vailima al estar ante la estela de Naram-Sin. Aún hoy en día me apasiona todo lo relacionado con la zoología, con la evolución, la botánica, las ciencias naturales en general; y los grabados decimonónicos de los naturalistas franceses, alemanes e ingleses en particular como el de Haeckel que encabeza este post. Sexo aparte, me es difícil imaginar cosa más bonita.
Les cuento esto para que comprendan que para mí hacer una visita con Vailima al Museo Nacional de Historia Natural de París no era hacer una excursión más. Sólo imaginar lo que me hubiera supuesto esta visita siendo yo un adolescente se me sube el corazón a la boca. Se trata de un museo decimonónico en toda la extensión de la palabra. Tanto es así, que a la entrada del pabellón de anatomía comparada, que es la visita que les relato, un cartel explica al visitante que las concepciones modernas de la evolución de la vida distan bastante de las presentadas en el museo, pero que se ha querido preservar tal y como se concibió, cuando se hacía un hincapié excesivo en la lucha por la supervivencia con garras y dientes, sin menciones a tareas colaborativas o comportamientos altruístas. Hoy la selección natural, motor de la evolución, se contempla como incremento diferencial de descendencia en virtud de características génicas, sin tanta relación con la lucha "con garras y dientes".
La entrada al museo es apoteósica: reciben al visitante cientos de esqueletos de mamíferos diferentes, alineados en una especie de estampida congelada en el tiempo:
La primera planta está dedicada a la paleontología de vertebrados, y es la que me hubiera vuelto loco de placer. Hace doce años pasé por la calle trasera del museo sin tiempo para nada, y pude contemplar a través de una ventana allá en lo alto las vértebras de lo que me pareció un dinosaurio saurópodo y maldecí no poder entrar. Esta vez ha sido el desquite.
El esqueleto de un Mamut, de un Diplodocus, de un Allosaurus, de un Uintatherium me esperaban allí desde mi niñez. Vailima comprendió mi arrobo, pero ella misma sintió perfectamente la fuerza del museo. Estaba encantada y el cansancio de todo un día pateando la cuidad había desaparecido completamente.
No hay buen museo del siglo XIX sin una sección especial de teratología: esqueletos de monstruos y otros directamente en frascos de formol que hacen las delicias y alimentan el morbo del público. Aprendimos que los monstruos se dividen en simples, en lambda y en y griega. El lenguaje de la ciencia es lo que tiene: máxima simplicidad, que bastante complicada es la realidad de por sí. Los monstruos en lambda son, evidentemente, aquellos que tienen una cabeza y dos cuerpos; y los monstruos en y griega son los que tienen dos cabezas y un cuerpo. Los simples son más de andar por casa, una cabeza y un cuerpo, como Dios manda, pero con un único ojo en medio de la frente, o varias piernas supernumerarias y cosas así.
Como siempre, las facilidades para sacar fotografías son absolutas. Nadie te pone el menor problema y de esta forma nos pudimos traer el recuerdo de las fotos que les presento aquí sin necesidad de actuar como delincuentes, apretando el disparador cuando nadie mira.
Al salir, la tarde daba paso a la noche y aún había alguna luz en el cielo como para hacer una última foto a los jardines que rodean el museo. Como tantas veces, la noche siempre nos lleva hacia el barrio latino, y terminamos cenando en uno de los innumerables restaurantes griegos del Quartier Latin.
T.P.
Ingredientes:
1.- Una esposa que lleve meses estudiando intensamente la historia y el arte de los pueblos sumerio, acadio, asirio y persa.
2.- Una obra capital de alguno de dichos pueblos. No vale una copia, debe ser un original; pero ejemplo la estela de Naram-Sin, que se conserva en El Louvre.
Preparación:
1.- Cójase al cónyuge, tápesele los ojos con un pañuelo y lléveselo a través de salas y salas de El Louvre como si un miembro de La Once se tratara.
2.- Sitúese a la citada invidente frente a la estela del rey acadio en cuestión.
3.- Pronúnciese las siguientes palabras (aquí se permiten variaciones en función de la idiosincrasia de cada pareja):
"Ahora puedes quitarte el pañuelo y mirar lo que tienes frente a ti"
Consejos a la hora de la degustación:
1.- Sea insensible a las caras del público que observa la escena, no hacen más que molestar.
2.- Lleve una cámara de fotos para inmortalizar el momento.
3.- Observe in situ y a posteriori en la foto la expresión de "día de reyes", debida a que la susodicha conoce de memoria hasta el último trazo de la estela, pero nunca la ha visto al natural. Vea cómo la expresión es mezcla de sorpresa e ilusión, al ser consciente de estar frente a una obra que tiene más de cuatro milenios.
Nota: conviene haber visitado antes el ala de antigüedades orientales de El Louvre, más que nada para no martirizar al cónyuge a través de salas y salas con los ojos vendados hasta encontrar la obra idónea. La sorpresa se puede convertir en un coñazo si no se hace bien.
TP
P.S. Yo lo hice bien
Vailima y yo nos enorgullecemos de tener como amigo a una persona cercana que fue íntimo amigo del fallecido artista universal y vasco Jorge Oteiza. Para explicarnos los intereses de Oteiza a la hora de captar la esencia que le interesaba de un objeto para luego plasmarlo en sus esculturas, nos contó una anécdota.
Observa este encendedor - dijo Oteiza a nuestro amigo, poniendo un mechero sobre la mesa. Cuando ya lo había observado bien, con un brusco movimiento de mano lo mandó a hacer puñetas de la mesa. "Esto - dijo señalando el lugar en el que había estado el encendedor-, esto que queda es lo que a mí me interesa.
Creo que hay cosas que no pueden ser explicadas de otra manera, y quien no las haya entendido no las va a entender por mucha palabrería que se suelte al respecto. La sabiduría condensada del gran Oteiza, cual koan zen pronunciado por un maestro oriental, es un prodigio de densidad.
En el post anterior mencionaba a la increíble ciudad de Praga como contrapunto de París en cuanto a sus cementerios. Vuelvo ahora a mencionarla, pero esta vez no como contrapunto, sino como un segundo ejemplo de lo mismo: la impactante bofetada, ¿qué digo bofetada?, el hostión en la cara que te puede producir la presencia de la ausencia cuando está bien diseñada.
Memorial de la Shoah de París. El holocausto judío fue una experiencia que merecía un nombre específico en hebreo, como un hito en la historia milenaria de este pueblo, comparable a la diáspora, a la destrucción del templo de Jerusalem o a cualquier acontecimiento fundante del alma judía.
Al entrar, se pasa por un patio silencioso en el que están escritos los nombres de los judíos parisinos desaparecidos en los campos de concentración nazis.
Nada más que una interminable lista de decenas de miles de nombres, apellidos y fechas. Ninguna imagen, ningún sonido. Nada. No hace falta, y los creadores del recinto lo saben bien. La gente irrumpe en llanto al ver estos muros, golpeada por la fortísima presencia de la ausencia. Imágenes gráficas de las peores torturas imaginables no conseguirían el mismo impacto sobre el alma del visitante, en esta sociedad tan avezada en el gore.
En una sinagoga-museo de Praga vimos exactametne lo mismo, con el mismo efecto sobre los visitantes:
A un escaso centenar de metros del ábside de la catedral de Nôtre Dame está situado el Memorial a los Mártires de la Deportación. Exactamente lo mismo. Una construcción de hormigón extremadamente austera, y una cripta con una tumba en la que está enterrado un deportado desconocido, y un pasillo oscuro que se adentra en la nada con dos paredes llenas de pequeñísimas luminarias muy juntas. Cada una representa a un deportado. Aquí la simplicidad es máxima: no hay ni nombres. Tan sólo un convenio entre el visitante y el creador de la idea: la presencia de la ausencia una vez más.
Este es el París minimalista que hemos disfrutado, y sufrido. Porque está hecho para sufrir intensamente. Comme il faut.
Les espero con aventuras más alegres y barrocas, o al menos góticas en nuestro periplo parisino en breve.
TP
Me van a permitir la intromisión. Mi blog lleva dos años en letargo y ya no me duele; pero el de Vailima me duele. Por eso, y porque tenemos muchas cosas que contar, hemos llegado Vailima y yo a un entente cordiale. Yo las cuento y ella las lee antes de publicar, retoca, mueve, quita y pone. Así, es como si lo hiciéramos ambos. Como podrán suponer, la crónica falta de tiempo es la culpable, y nuevas aventuras intelectuales por su parte le hacen más difícil escribir como antes.
Bueno, al grano. Acabamos de regresar de un viaje maravilloso. No se trata de las islas Seychelles ni de Vietnam o la Patagonia. Se trata de París, que no sé si será mejor, pero desde luego no es peor.
Tenemos bastantes cosas que compartir, y podemos empezar por el cementerio de Père Lachaise. Sabíamos que visitar un cementerio podía ser divertido, pero no tanto. Aún recordamos el cementerio judío de Praga, y la impresión que nos causó hace un año. Maravilloso en su desmoronamiento, como pueden apreciar en la foto siguiente:
Este cementerio parisino es diferente, sobre todo por lo variado. Lo sublime y lo ridículo se combinan a la perfección. Y los cuervos, unos maravillosos cuervazos zaínos a los que no parece faltar alimento saludan al visitante y se dejan fotografiar como pueden ver en la foto que encabeza este post. Disfrutamos de una mañana muy fría, con muy poca gente.
Como venimos de dos mundos diferentes y nos gusta tender puentes, hemos dividido el viaje en dos semiviajes: el París científico y el París artístico. Como no podía ser de otra manera, ambos hemos disfrutado intensamente de los dos.
De momento, una reflexión desde el lado de la ciencia: París está llena de calles dedicadas a grandes hombres de las ciencias: Rue Cuvier, Rue Monge, Rue Lavoisier, Rue Buffon, Rue Pascal, Rue Cauchy, Rue Lagrange, Rue Clairaut, Rue Laplace... Francia está repleta de gigantescos hombres de ciencia junto a gigantescos hombres de letras. Todos tienen su reconocimiento en la capital. Me da envidia.
Otra reflexión: en los museos por lo general se pueden sacar fotografías libremente, con y sin flash. En las iglesias también. Muy diferente de la caza que en España está abierta contra quien osare fotografiar obra de arte alguna en suelo patrio. El acceso a la cultura puede ser promovido o dificultado. De que se haga lo uno o lo otro dependerá en gran medida el nivel de conocimiento, de sensibilidad y de aprecio que la gente tenga por lo bueno y noble que los que nos han precedido produjeron. Aprovecho para mandar un saludo a las monjas, sacristanes y sacerdotes que tantas veces me han impedido fotografiar un capitel románico (o lo han intentado), especialmente al sacerdote de Sos de Rey Católico en Zaragoza y las monjas de San Andrés de Arroyo en Palencia.
Tengo bastante que contar: desde casas de adobe en pleno París, hasta museos de los que Vailima salía con los ojos arrasados por las lágrimas, especierías de barrio de colores y olores inenarrables, gloriosas comidas tradicionales francesas, paseos por el barrio latino, preciosas pequeñas iglesias góticas de los barrios, museos de historia natural decimonónicos, tiendas de fósiles espectaculares, la estela de Naram-Sin...
Todo a su tiempo.
Hay ocasiones en las que daríamos lo que fuera por dejar de ser nosotros mismos y convertirnos en "otra cosa". Más o menos lo que hace Mortadelo en el papel con tanta gracia. Incluso estaríamos dispuestos a cambiar ese donaire por la eficacia. No se crean, no les hablo de una metamorfosis en un momento delicado: eso iría en contra de ser hombre, ya saben, horror a manos llenas. Yo les hablo de ese momento especial, más animal que humano, en el que a uno le sobran las piernas y le faltan manos que diría uno que yo sé.
Mientras tanto, les dejo dos ejemplos de lo expuesto. Que los disfruten mientras pasan un buen fin de semana y son, cómo no, eficazmente felices.
Reflexionábamos esta semana unos amigos de un palco y yo, sobre esa cuestión de hacerse viejo. Y llegamos a la conclusión de lo relativo de dicho estado, ya que ellos por logos y una servidora por sustancia chocheamos por naturaleza. Como ejemplo de este fatum, les he dejado esta magnífica expresión natural de nuestro pensamiento filosófico.
Pasen un buen fin de semana y si les preguntan, respondan: "aquí, chocheando"
Hoy ha muerto Mikel Laboa y con él, se va parte de mi juventud y con sus canciones queda parte de mi vida.
Para Arantza y Aitor, fieles seguidores aretinos
Lamentablemente, el estado de estos canecillos de la Iglesia de Valdenoceda, Burgos, deja mucho que desear. Y hablo de deseo en sentido estricto, pues aunque el deterioro y el tiempo se han llevado con ellos la definición de estos elementos, todavía nos permiten un momento para la imaginación.
Si mi vista no me engaña, de los tres canecillos son dos los que aretinamente nos interesan: una mujer ofrece sin reparos su sexualidad a quien bien quiera tomarla, asomando tímido un pecho terso y sus piernas dispuestas en una “uve” perfecta en descaro. De este tipo de canecillos ya hemos visto algunos (no olviden que seguimos hablando de un tipo de elemento arquitectónico, ¡eh!) pero el de su derecha tiene algo de especial y de –permítanme que utilice un vocablo que acabo de aprender- descollante.
Contemplen el relieve con detenimiento. Yo les digo lo que veo y luego ustedes me dan su opinión: si amplían la imagen pinchando sobre la imagen misma, observarán que se trata de un varón (aunque sus testículos se expongan pequeñitos y recogidos, seguramente debido al frío de la zona) que está siendo sobado, manoseado, tocado por tres pares de manos desde atrás. Sin duda, tenemos ante nosotros el sueño de muchos hombres.
En este caso, el modelo masculino es más sugerente que el femenino, ¿no creen?
Este fin de semana, Tio Petros y una que aquí escribe, han visitado de nuevo una zona del norte burgalés con la que disfrutan por su paisaje, por su gente y, cómo no, por su hermosísimo románico.
Desde hace cinco años, no visitábamos San Pedro de Tejada, un templo que Cobreros define como “la lección muy bien aprendida por un maestro constructor con ideas propias”. Hace casi un año, les presentaba en un post esta joya con lenguaje propio donde la armonía y la elegancia se ven reflejadas no sólo en su conjunto sino en cada uno de los detalles que la forman, como el reflejo de una imagen en todas y cada una de las gotas de agua que ahora escapan desde mi ventana a no sé dónde.
San Pedro de Tejada es propiedad privada y ya en la primera visita y en aquel post dábamos debida cuenta de la “actitud” (dejando a un lado la aptitud) de la guía.
Durante el viaje en coche hacia Burgos, este fin de semana, aprovechamos la idoneidad de la situación (tiempo por delante) para escuchar una reciente conferencia en la Fundación Juan March de aquel profesor mío de filosofía en la UPV que fue Víctor Gómez Pin, conferencia dividida en dos sesiones que a ustedes recomiendo con fervor. Les aseguro que no les dejará indiferentes. Pues bien, Gómez Pin defiende que un filósofo habla exclusivamente de asuntos que a todos conciernen y “todo orden social sustentado en el repudio de la filosofía, o en reducirla a práctica de una élite, es intrínsicamente ilegítimo, mutilador de la condición humana”. Así pues, hablemos de un asunto que a todos concierne desde un lenguaje que plantea la siguiente interrogación:
¿Cómo puede ser posible que el disfrute de esta respuesta de un asunto que a todos concierne como expresión del espíritu del Hombre, haya sido reducido a dos fines de semana al año?
El interrogante queda como muestra de ese orden social mutilador de nuestra condición. Si San Pedro de Tejada representa el momento del gran románico, el “hombre –dice G. Pin- significa tensión en pos de la lucidez”.
Parece que el gallo ha cantado tres veces.Quizás sea el momento de llorar amargamente.
El coche del post anterior está cogiendo tanto polvo que ha perdido la gracia. Desde que he empezado a estudiar no tengo tiempo para nada. Para los que no lo sepan todavía, me he matriculado en la UNED de varias asignaturas (Historia del Arte Antiguo, Medieval y Moderno) con la intención de que me las convaliden una vez se instaure la titulación de Historia del Arte (ahora sólo existe como especialidad de Geografía e Historia) con el acuerdo de Bolonia.
En ello estoy, pues, entre el arte mesoamericano, paleocristiano, bizantino, el Tlaloc y el Justiniano… que no me llega la camisa al cuello que traducido significa que no actualizo el blog desde que no comprendo cómo la existencia de 170 km de catacumbas podía llevarse en secreto. Ya saben. No obstante, los amigos –que para eso lo son- me pegan empujoncitos para ver si espabilo y me han mandado la reseña de la siguiente noticia:
Diez largos años han tardado los expertos cuasimédicos en restaurar la Madonna del Ruiseñor, esta obra del singular Rafael que tantas veces ha ilustrado libros de texto. La Madonna ha recobrado el color en sus mejillas y el buen aspecto en general después de que se le hayan practicado sucesivas intervenciones como rayos X, escáneres, TAC y otros palabracos que hasta pudor me da nombrarlos para devolver hasta el canto al pajarito. El resultado a la vista está. Claro que a lo mejor a más de uno le gustaba “el polvo” de la antigua Señora.
Los caminos del arte son inescrutables.
Además de la obra de arte pictórica, aquí les dejo otra joya nada más y nada menos que dirigida por Gardiner y ejecutada por el Coro Monteverdi. Como curiosidad, observen los instrumentos a caballo entre el Renacimiento y el Barroco. Que la disfruten.
Definición de un adolescente: un bucle lingüístico es cuando por ejemplo lo mismo que entra sale pero con la lengua.
Pues eso, que polvo al polvo.
Pasen un buen fin de semana y utilicen el coche sólo lo imprescindible. ¡Ah! y séanme felices. Mucho.