EL RETORNO
Todavía no he terminado con ellas aunque ya presiento cercano el fin.
No somos nada.
Ayer leía en la novela de L. Sciascia, El caballero y la muerte, que cuando un edificio canta, eso es arquitectura. En esto pues consisten mis vacaciones favoritas: en ver arquitectura.
Este año Tio Petros y yo hemos recorrido León de arriba a abajo y de derecha a izquierda. (Por cierto, desde aquí mando un saludo a Julia, lectora de este blog, a la que pudimos conocer una tarde inolvidable en Babia y a Alberto, a Marta que todavía me debe la historia de los huesos de Santiago y a Abdul, que recita los últimos versos de Cerrar podrá mis ojos la postrera, que ya hubiera querido el mismo Quevedo...).
Como una niña, así es como me he sentido. ¿Acaso uno puede mantenerse frío ante el paisaje plácido y fantasmal de las Médulas o ante la fuerza y la arquitectura natural de un riachuelo que construye la cueva la Valporquero o ante la luz de Dios -¡de quién si no!- que traspasa las vidrieras de la catedral de León?
He contemplado en las caras de los peregrinos del Camino de Santiago el cansancio acumulado de siglos al sol, curándose las ampollas de los pies en las escalinatas de la iglesia de Villalcázar de Sirga o en el albergue de Rabanal del Camino.
Es más, les voy a contar un secreto de este viaje: he estado en el cielo con el coro Monteverdi dirigido por Sir J.E. Gardiner.
A capella.
En el Iglesia de la Merced.
En Burgos.
Música antigua.
Música celestial.
Un beso a todos. He vuelto.
No somos nada.
Ayer leía en la novela de L. Sciascia, El caballero y la muerte, que cuando un edificio canta, eso es arquitectura. En esto pues consisten mis vacaciones favoritas: en ver arquitectura.
Este año Tio Petros y yo hemos recorrido León de arriba a abajo y de derecha a izquierda. (Por cierto, desde aquí mando un saludo a Julia, lectora de este blog, a la que pudimos conocer una tarde inolvidable en Babia y a Alberto, a Marta que todavía me debe la historia de los huesos de Santiago y a Abdul, que recita los últimos versos de Cerrar podrá mis ojos la postrera, que ya hubiera querido el mismo Quevedo...).
Como una niña, así es como me he sentido. ¿Acaso uno puede mantenerse frío ante el paisaje plácido y fantasmal de las Médulas o ante la fuerza y la arquitectura natural de un riachuelo que construye la cueva la Valporquero o ante la luz de Dios -¡de quién si no!- que traspasa las vidrieras de la catedral de León?
He contemplado en las caras de los peregrinos del Camino de Santiago el cansancio acumulado de siglos al sol, curándose las ampollas de los pies en las escalinatas de la iglesia de Villalcázar de Sirga o en el albergue de Rabanal del Camino.
Es más, les voy a contar un secreto de este viaje: he estado en el cielo con el coro Monteverdi dirigido por Sir J.E. Gardiner.
A capella.
En el Iglesia de la Merced.
En Burgos.
Música antigua.
Música celestial.
Un beso a todos. He vuelto.
7 comentarios
Vailima -
juan macias -
juan su amgo de chile
sirotxo -
jose -
Raschid -
Silgra -
Se te extrañó!!
Cristina -
Bienvenida de nuevo a la blogosfera :)