INDEX LIBRORUM QUI PROHIBENTUR (2)
La forma de la novela picaresca por antonomasia es la autobiográfica. Salvo en raras y escasas excepciones, es el pícaro quien cuenta su vida en primera persona. Son muchas las justificaciones que sobre esta cuestión se han ido proporcionando, pero hay dos que destacaría sobre las demás.
La primera es que la autobiografía justificaría literariamente una vida tan poco importante y elevada como la del pícaro porque ¿a quién iba a interesar una vida así? Evidentemente al propio desdichado. De esta manera habla sobre sí mismo porque otros no tienen motivo alguno para hacerlo.
La segunda y, no menos importante, es como apunta Julián Marías, que el relato en primera persona consigue que aquello que en tercera persona sería distante y borroso, adquiera fuerza y evidencia si el personaje ficticio está aquí, entre nosotros, puesto que él mismo es quien habla.
Además de por su forma, si hablamos del tema, lo primero que nos viene a la cabeza es la causa de las desdichas y avatares de nuestro simpático protagonista, es decir, del hambre y si hablamos del atributo que caracteriza al personaje, diremos que actúa por resentimiento. Veamos cómo estos dos pilares por los que parece regirse este género no constituyen los móviles efectivos de la picaresca.
La mayoría de los amos que tiene el Lazarillo no le dan de comer. El hambre, pues, se introduce como factor principal. Sin embargo, salvo en un caso (el del escudero), el hambre procede de la avaricia del amo y no de la escasez y la pobreza. Con Guzmán de Alfarache, pícaro por excelencia, ocurre incluso lo contrario, como el propio Guzmán relata:
Era yo muchacho vicioso y regalado, criado en Sevilla sin castigo de padre, la madre viuda,..., cebado a torreznos, molletes y mantequillas y sopas de miel rosada..
El joven sevillano no se lanza a la vida picaresca por hambre sino por hartura y por afán de novedad y aventura. Lo mismo que ocurriera con el pupilo del Dómine Cabra haciéndonoslo llegar de esta guisa el mismísimo Quevedo:
Comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer en una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente
¿Es esto hambre?
¿Es el hambre el leitmotiv de nuestros pícaros más queridos?
Aquí les dejo con uno de mis pasajes favoritos del Lazarillo, para que se entretengan hasta que mañana, para finalizar, analicemos el resentimiento como el otro motor por el que se mueve la acción picaresca.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese,..., y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y, en el invierno, leños, a que nos calentábamos.
De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar.
Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía dél, con miedo, para mi, darme, y señalando con el dedo, decía:
-¡Madre, coco!
Respondió él, riendo:
-¡Hideputa!
Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí:
¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!
Hasta mañana.
La primera es que la autobiografía justificaría literariamente una vida tan poco importante y elevada como la del pícaro porque ¿a quién iba a interesar una vida así? Evidentemente al propio desdichado. De esta manera habla sobre sí mismo porque otros no tienen motivo alguno para hacerlo.
La segunda y, no menos importante, es como apunta Julián Marías, que el relato en primera persona consigue que aquello que en tercera persona sería distante y borroso, adquiera fuerza y evidencia si el personaje ficticio está aquí, entre nosotros, puesto que él mismo es quien habla.
Además de por su forma, si hablamos del tema, lo primero que nos viene a la cabeza es la causa de las desdichas y avatares de nuestro simpático protagonista, es decir, del hambre y si hablamos del atributo que caracteriza al personaje, diremos que actúa por resentimiento. Veamos cómo estos dos pilares por los que parece regirse este género no constituyen los móviles efectivos de la picaresca.
La mayoría de los amos que tiene el Lazarillo no le dan de comer. El hambre, pues, se introduce como factor principal. Sin embargo, salvo en un caso (el del escudero), el hambre procede de la avaricia del amo y no de la escasez y la pobreza. Con Guzmán de Alfarache, pícaro por excelencia, ocurre incluso lo contrario, como el propio Guzmán relata:
Era yo muchacho vicioso y regalado, criado en Sevilla sin castigo de padre, la madre viuda,..., cebado a torreznos, molletes y mantequillas y sopas de miel rosada..
El joven sevillano no se lanza a la vida picaresca por hambre sino por hartura y por afán de novedad y aventura. Lo mismo que ocurriera con el pupilo del Dómine Cabra haciéndonoslo llegar de esta guisa el mismísimo Quevedo:
Comieron una comida eterna, sin principio ni fin; trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer en una de ellas peligrara Narciso más que en la fuente
¿Es esto hambre?
¿Es el hambre el leitmotiv de nuestros pícaros más queridos?
Aquí les dejo con uno de mis pasajes favoritos del Lazarillo, para que se entretengan hasta que mañana, para finalizar, analicemos el resentimiento como el otro motor por el que se mueve la acción picaresca.
Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese,..., y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y, en el invierno, leños, a que nos calentábamos.
De manera que, continuando la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar.
Y acuérdome que estando el negro de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos y a él no, huía dél, con miedo, para mi, darme, y señalando con el dedo, decía:
-¡Madre, coco!
Respondió él, riendo:
-¡Hideputa!
Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí:
¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!
Hasta mañana.
6 comentarios
Gerardo -
Vailima -
Gerardo -
El lector a la sombra -
Vailima -
En fin, no sé si se puede hablar de un "don" pero al menos siempre he creído que tuve y tengo la fortuna de que los "clásicos" me han apasionado.
Bueno, haz un esfuerzo y encuentra ese Lazarillo, que seguro te hace sonreir en más de una ocasión.
Un abrazo desde este lado.
Silgra -
no puedo encontrar mi viejo Lazarillo... justo ahora que me enganche... el problema con los libros.. al menos por estos lados es que te los "obligan" a leer y en épocas que por ahí a uno no le dicen nada
sigo buscando...