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ADAGIO EN ROJO

ADAGIO EN ROJO

Para mí escribir un relato de este tipo, bajo mis actuales circunstancias, impone un enorme esfuerzo. La falta de tiempo, gente revoloteando a mi alrededor, la pereza, pero sobre todo lo vivido, lo experimentado tantas veces. Siento como si fuera a relatar cualquier otro aspecto normal mi vida, como por ejemplo que ayer cociné a mi familia un osobucco estofado con vegetales, en una reducción de vino tinto que, modestia a parte, quedó de rechupete, pese a que a los pequeños de la casa no hiciese mayor gracia.

Primun vivere, deinde filosofari, reza un antiguo adagio. ¿Y luego qué? Es como pretender explicar al ciego como es el rojo, o al sordo tratar de describirle el intermezzo en la mayor de las seis piezas para piano Op. 118 de Brahms que tanto me conmueve. Y sin embargo es ése precisamente el artificio, transmitir esa dulce o procaz nota, inaudible al oído, a través de otro sentido.

Es duro hacerlo, exige gran concentración para abandonarse y dejarse arrastrar a ese abismo de lúbricas imágenes, para entonces poder tender la mano al lector, conducirle a experimentar una vívida ilusión, llevarle allí para que te observe hacer, o que te hagan, pues debes estar en disposición de permitir esa presencia ajena, pero sobre todo conminarle a avanzar a esas oscuras regiones comúnmente reprobables mediante engañosas metáforas que prometen goce y deleite celestiales en un mundo sin consecuencias, y desnudarle, inducirle a desearlo tanto, tanto, como para hacerle cuestionar su asceta existencia.

Pero, ¿porque habría yo de hacer esto? Pues, porque ésa es la naturaleza del trasgresor ante su basta soledad, inducir a otros a participar de su mundo de subversiones; así como el estafador te ilustra con lujo de detalles las pingües ganancias de sus tropelías y la garantía de impunidad que le avala, así yo podría describir las inefables sensaciones de aquello que comúnmente hago mientras llevo la máscara del nombre con el que se me conoce en esos círculos que frecuento cuando soy quien realmente soy, ¿o será cuando soy aquello en lo que me he convertido?. Da igual. Al final, se trata de un muy refinado, a la vez que seductor, intento de justificación cuya inatinencia argumentativa salta a la vista.

Pues bien, al cabo alguien afirmó que la masturbación es, entre otras cosas que de ella puedan predicarse, fuera de toda valoración, y objetivamente hablando, un acto inminentemente homosexual. ¡Que sí!, ¡Que no! Decían unos y otros. En realidad no lo sé, sin embargo sí que es una referencia táctil muy válida, mas no exhaustiva, a dicha condición sexual - lo que me hizo recordar aquellas chanzas en el cole cuando se le preguntaba alguien si alcanzaba su sexo con la boca, y con horror respondía que no, entonces iba el otro y le preguntaba “¿ya has probado?”. Hoy puedo decirles que si, en soledad, sin que nadie lo supiese, probé y no llego - si esto es así, que la masturbación constituye un acto homosexual, mi primera experiencia en tal sentido la tuve siendo muy joven. No recuerdo con exactitud, pero desde entonces no he dejado de hacerlo. Claro está, ello no me convierte propiamente en homosexual, otros ciertos requisitos aplican, en el sentido que comúnmente se da al término, e incluso desde el punto de vista de la psicología, que al final de cuentas no se sabe bien lo que es pues no existe ciencia de lo particular. En fin, quien no se haya masturbado al despertar de su sexualidad que tire la primera piedra.

¿Pero que sucede entonces con los besos y las caricias? Supongamos que te sentamos en una silla, te atamos y te vendamos los ojos; y acto seguido alguien comienza a propinarte perturbadoras caricias y recorre palmo a palmo cada rincón de tu cuerpo, allí, donde más te gusta, posa sus labios sobre los tuyos lamiéndolos dulcemente para entonces descender lentamente, llegar a tu entrepierna y devorarte hasta hacerte desfallecer. ¿Estarías en capacidad de distinguir el género del perpetrador? ¿Sería Miss Scarlet o Mister Brown – muy bien rasurado, of course - con la lengua en el salón? Difícilmente alguien se sometería a semejante experimento – salvo quienes hacen vida swinger – pues privaría, en los mas de los casos, el temor a ciertas revelaciones incómodas que podrían dejar al descubierto el secreto mejor guardado de todos, el mayor de los misterios: Tú; ante la sacrosanta curia de la opinión pública de tu barrio o localidad.

Ciertamente hay heterosexuales, bisexuales y homosexuales. Pero también los habemos quienes somos simplemente lo que nos apetece, aquí y ahora, sin dejarnos caer en las terribles garras del lenguaje, puesto que el Ser, más que un efecto del lenguaje, es esa inmovilidad que con nuestro pensamiento imponemos al mundo.

No diré de momento, si se trató de Miss Scarlet o de Mr. Brown durante aquel breve pero intenso ejercicio fenomenológico, eso es lo de menos ahora, lo cierto es que, usando un metáfora de H. Miller, me corrí como una ballena.

Autora: María Alexandra Malex

4 comentarios

ROCCOMEJIA -

Reflexiva y profunda intimidad, sin tapujos.

Damablanca -

Ha sido un viernes lujuriosamente largo, ¿ pero se puede desear que mañana siga siendo Viernes?
Ah , yo no me llamo María, pero si tengo vestido de Lycra y espejo donde colocarlo.:)
Dama

Vailima -

Gracias a ti por tu relato tan reflexivo, tan humano y tan natural. Buen final.

María Alexandra -

Muchas gracias Vailima por la imagen, me ha gustado mucho.