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Vailima

EN VILO

 

Existe un lugar mágico en el corazón de Castilla. A pocos kilómetros de Palencia capital, la infinita planicie de la Tierra de Campos se ve interrumpida por un cerro en cuyo punto álgido se ubica la población de Autilla del Pino. Tras el pueblo, un mirador se abre al abismo: la altura del cerro es suficiente para poder dominar desde allí una increíble extensión plana que se pierde en el horizonte. Hace algunos años fuimos informados por una sabia mujer de las cercanías que pintores del mundo entero se desplazaban a dicho mirador para aprehender colores imposibles, atardeceres inefables y ocasos numinosos.Tres han sido las veces que hemos asistido a la muerte del sol desde el mirador de La Autilla; las tres han sido diferentes. “Siempre es diferente” sentenció la anciana, advirtiéndonos la primera de las veces.

Esta tercera vez, además, hemos asistido al enigma del mirador de La Autilla: los ancianos del pueblo se dirigen al mirador cuando nuestra estrella madre está unos pocos grados sobre el horizonte. “Sabias costumbres de los lugareños”, nos decimos entre nosotros, estamos en agosto y a estas horas donde mejor se está es “a la fresca”.

Entonces, ocurre el misterio: los ancianos se sientan en el pretil y permanecen inmóviles, callados o cruzando leves comentarios hasta que el sol ha desaparecido tras en horizonte. Cuando esto ocurre, las luces del entorno cambian de repente: los colores ocres viran al morado en brevísimos instantes y la temperatura desciende levemente.

Así pues, los ancianos se levantan y dirigen sus pasos a sus casas.

¿Dónde reside el misterio?

¿Qué tiene de especial la actitud de los ancianos de Autilla?

¿Por qué su actitud nos inquietó a Tio Petros y a mí, y nos hizo pasar la velada subsiguiente charlando sobre el ser humano y sobre la belleza?

¿Algún lector puede imaginarlo? En el próximo post, la solución, con más reflexiones y con documento gráfico que demuestra la extraordinaria actitud de aquellos venerables ancianos de Autilla.

6 comentarios

herzebeth -

Caminando por la costa de Viña del Mar con Giuseppina, maestra de Clasica, nos llego la hora del atardecer y enmudecimos hasta que el sol se perdio en el horizonte. Entonces me hablo de la belleza del silencio, de las epifanias, del asombro que no alcanza a articular palabra.
(Epifania: ¿te recuerda algo?).
Debe de haber sido hermoso contemplar a esos ancianos.
¡Muy buen retorno, muy evocativo!


Vailima -

No la he visto, así que no puedo decir nada pero me temo...

brujo don carlos -

En la deliciosa comedia "La casa de té de la luna de agosto" los nativos de Okinawa hacen lo mismo, mientras se toman un té.

mizo -

Parte de mi tiempo personal transcurre por pequeños pueblos de menos de mil habitantes (o de cien) donde muchos lugareños coquetean con las cercanías al siglo. Su experiencia personal es enorme, porque viene crecida por la de sus antepasados varias generaciones atrás lo que les da un fondo de sabiduría que se nos escapa a los del asfalto. Tienen "manías" incomprensibles para nosotros o sencillamente "tontas" porque se escapan a nuestra lógica. Igual en base a las cabañuelas te pronostican los cambios climáticos, que se aseguran el que la tierra da otra vuelta, esto sigue girando y ellos tienen un día más en su haber.
Seguro que nos sorprendes con algo que se merece añadir a nuestro disco duro.
Paseis buen día.

Vailima -

Hasta mañana, por supuesto, no puedo desvelar el primer misterio. Con respecto al segundo, la hora del blog, tampoco.
Para ser mi primer día de vuelta al trabajo no está mal ¿eh?

ILDEFONSO -

¿Se despiden tal vez los ancianos del sol hasta un nuevo ocaso?
Por cierto, la hora de hoy que aparece en tu post no es la correcta. Ahora mismo son las 09:02.

Saludos a todos.