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Vailima

EL OCASO DE LA MALDICIÓN

EL OCASO DE LA MALDICIÓN María Bayo cuenta de sí misma una divertida anécdota que le ocurrió sobre el escenario hace ya unos años. No recuerdo el papel que interpretaba en esa ocasión, pero se trataba del papel protagonista. Su atuendo era majestuoso y llevaba un corpiño que permitía que sus pechos permanecieran a flote durante la actuación, tersos e impasibles ante la ley de la gravedad (esa maldita realidad que tarde o temprano se manifiesta tanto en hombres como en mujeres).
Cuando ya llevaba un buen rato cantando, sintió que sus pechos ardían, que no podía respirar y el diafragma no le hacía el juego. No es broma, no es el chiste de la teta en la sopa ni nada parecido. El ardor, que era real, le propiciaba unos picores insoportables que pudo velar hasta el final de su actuación.
La tintorería a la que normalmente se llevaban los trajes para su limpieza había utilizado unos “polvos” diferentes a los de costumbre para conservar los vestidos y éstos, que no habían sido sacudidos por el personal de atrezzo de forma adecuada, habían producido una alergia de tamaño descomunal en los senos de la artista.
La maldición de la Diva:
¿alguna soprano envidiosa tal vez fue la artífice de semejante barbaridad?
¿algún admirador “des-pechado” quiso mostrarle gráficamente la magnitud de su pasión? ¿un fantasma aburrido habitante de la Opera que gustaba de hacer bromas a las primeras figuras?

No señores, no. Los polvos de la tintorería.

No se trataba pues, aunque literariamente nos hubiera complacido más, de una maldición que hubiera recaído en nuestra famosa soprano. Maldiciones han existido siempre, mirad si no las del Antiguo Egipto, ¡pobres de aquellos que intentaran usurpar las tumbas de los faraones, birlándoles sus pertenencias y perturbando su vida en el Más Allá!, o en la Biblia, o en Corán.

Maldiciones las ha habido de todos los tipos y la industria del cine norteamericana ya se ha encargado de darles “glamour”, incluso se dice que han existido y existen estrellas de Hollywood cuyas vidas se han visto truncadas por una maldición.
Yo, por mi parte, soy muy de casa. Y aunque no voy a negar que me entusiasman los filmes (¡qué fino queda!) éstos que cuestan una pasta, con escenarios maravillosos y momias de muy buen ver (tanto que siempre reviso si hay gasas en casa por si acaso), a pesar de toda esta escenificación faraónica, me quedo con lo mío, no sé, porque me llega más al corazón. Y para corazón, el de mi madre, que aunque no tiene cintura de avispa y la única jaula que posee es la del canario, tiene una maldición sobrecogedora:

Así engordes un kilo, cada día que te resta de vida

Admitirán que la crueldad del antojo es sublime. Bueno, tanto como aquella que idearon los hermanos Alvarez-Quintero (muy nuestros, por cierto) y que siempre recordaré con infinita ternura (por ser un recuerdo de infancia, no se vayan a pensar...) y que versa así:

Ojalá te hagan almanaque, para que todos los días te arranquen algo

Ni polvos, ni kilos, ni faraones, ni ná.
Tempus fugit.

3 comentarios

Anónimo -

estupido

Vailima -

Esa está muy bien, sí señor. Muy específica la veo, pero como ya sabes por mi blog, siempre hay un roto para un descosido.
un saludo

Tio Petros -

Maldición cuando no te paraban haciendo auto-stop:

"Ojalá se te pinchen las cuatro ruedas y tengas que hincharlas con embudo y abanico".

Me encanta...