LA HERMANDAD DE LAS LETRAS IMPRESAS
La protagonista de la novela que acabo de engullir (porque me es imposible emplear el término leer) decía que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Quizás es lo que me ocurre a mí con una persona de la que sólo me une la ficción. Ni más ni menos les estoy hablando de mi librera.
Parafraseando aquella canción de María Dolores Pradera que tantas y tantas veces escuché en verano cuidando de mis tiernos sobrinos en casa de mi hermano, no se estila, ya sé que no se estila... pero estoy muy orgullosa de ello.
No me une a ella nada más que nuestra pasión por los libros. Ana, que así se llama, no vende libros; ella hace que me sean imprescindibles. Además del criterio que una se haya ido forjando por sus inclinaciones a través de los años, su consejo es fundamental. Tanto es así que cualquier cita a ciegas que me propone acaba fructificando en una maravillosa relación de amor/pasión que no me defrauda.
Soy una lectora privilegiada, al menos así me considero. A pesar de la manida globalización, cada uno vive en su pequeño universo cotidiano. Parecemos autistas allá donde no vislumbremos los límites de nuestro territorio. Uno va a comprar a una gran superficie y encuentra de todo. En un momento puedo comprarme unas bragas, una caja de condones sabor chirimoya y el tercer fascículo de la Biblia con una recreación de varios pasajes en DVD. Una mierda.
Dirigirme a mi librería me da placer. Ignorar el escaparate y cruzar la puerta de madera con su tintineo de figuras chinescas que me lleva a uno de mis mundos preferidos. Allí está ella, saliendo de la trastienda donde aguardan a ser rescatados los libros de ediciones especiales, ésos que no deja ver al gran público, ésos que me saca de vez en cuando para regalarme un instante de placer para tocarlos, como algo tremendamente pornográfico y prohibido. Entonces, como si fuera mi médico de cabecera (más bien de cabeza) me sonríe y me extiende la receta de un nuevo libro recién horneado o me pasa las páginas de un libro reeditado que esperábamos con la devoción que sólo he podido contemplar en un lugar de Italia: San Antonio de Padua.
No se vayan a pensar que mi hermana de ficción comparte mis gustos literarios. Es aún mejor: conoce a la perfección los míos. ¿Conocen una hermandad mejor que aquella en la que el otro te brinda un universo que sólo a ti te pertenece? Esos son los momentos que siempre recordaré: aquellos que no han sucedido jamás.
Parafraseando aquella canción de María Dolores Pradera que tantas y tantas veces escuché en verano cuidando de mis tiernos sobrinos en casa de mi hermano, no se estila, ya sé que no se estila... pero estoy muy orgullosa de ello.
No me une a ella nada más que nuestra pasión por los libros. Ana, que así se llama, no vende libros; ella hace que me sean imprescindibles. Además del criterio que una se haya ido forjando por sus inclinaciones a través de los años, su consejo es fundamental. Tanto es así que cualquier cita a ciegas que me propone acaba fructificando en una maravillosa relación de amor/pasión que no me defrauda.
Soy una lectora privilegiada, al menos así me considero. A pesar de la manida globalización, cada uno vive en su pequeño universo cotidiano. Parecemos autistas allá donde no vislumbremos los límites de nuestro territorio. Uno va a comprar a una gran superficie y encuentra de todo. En un momento puedo comprarme unas bragas, una caja de condones sabor chirimoya y el tercer fascículo de la Biblia con una recreación de varios pasajes en DVD. Una mierda.
Dirigirme a mi librería me da placer. Ignorar el escaparate y cruzar la puerta de madera con su tintineo de figuras chinescas que me lleva a uno de mis mundos preferidos. Allí está ella, saliendo de la trastienda donde aguardan a ser rescatados los libros de ediciones especiales, ésos que no deja ver al gran público, ésos que me saca de vez en cuando para regalarme un instante de placer para tocarlos, como algo tremendamente pornográfico y prohibido. Entonces, como si fuera mi médico de cabecera (más bien de cabeza) me sonríe y me extiende la receta de un nuevo libro recién horneado o me pasa las páginas de un libro reeditado que esperábamos con la devoción que sólo he podido contemplar en un lugar de Italia: San Antonio de Padua.
No se vayan a pensar que mi hermana de ficción comparte mis gustos literarios. Es aún mejor: conoce a la perfección los míos. ¿Conocen una hermandad mejor que aquella en la que el otro te brinda un universo que sólo a ti te pertenece? Esos son los momentos que siempre recordaré: aquellos que no han sucedido jamás.
4 comentarios
Cristina -
Tio Petros -
Un lujo de libro. Un lujo de regalo.
Vailima -
Si te apetece algún hijo póstumo de El nombre de la Rosa, también acabo de leer "La hermandad de la Sábana Santa". Del estilo a todas estas que se están editando tanto en estos tiempos.
Para tu blog, podría resultarte interesante un libro sobre Carlomagno que he regalado a Tio Petros recientemente y que dice que, aunque denso, es una maravilla.
En fin, podía pasarme horas...
un saludo Cristina.
Cristina -
Por cierto, ¿alguna recomendación literaria?. Tengo que ampliar mi lista para este verano.
Un saludo :)