Blogia
Vailima

REPOSICIÓN

Hoy llueve en mi tierra. Para no variar. Manta, calorcito y unos buenos cristales por donde mirar. Melancolía pura y dura al mejor estilo de Durero. Haciendo repaso de La Divina Comedia me encuentro con este post que escribí hace un tiempo. Le tengo especial cariño. Hoy toca reposición, en blanco y negro, como el pasado.

EL SECRETO DE UNA NIÑA

Hannibal Lecter, el famoso psiquiatra de El silencio de los corderos, ofreció a la joven teniente del FBI, la primera pista para resolver el caso que le habían encomendado. El astuto antropófago iluminaba el camino de la deducción con un meritorio estilo socrático que nos puso a todos la piel de gallina.

- ¿qué es lo primero que nos mueve? La codicia.
- ¿qué es lo primero que codiciamos? Lo que vemos todos los días...

cuando yo era una niña (no recuerdo la edad exacta pero en torno a los siete u ocho años) había en el salón de casa una estantería repleta de libros. Allí aguardaban en silencio ordenados por categorías diversas: había nueve o diez “igualitos” de color rojo sangre, grandes y majestuosos, con todo el saber en su poder, mirando por el rabillo del tomo al resto; había otros, también igualitos entre sí, más pequeños que los anteriores, de un azul metálico, donde uno podía encontrar el secreto de todas las enfermedades; en un rincón, casi por la fuerza, vivía uno que llegó a gustarme mucho, y contaba las maravillas de las capitales europeas (todavía me estremezco al recordar lo que tuvo que sufrir el arquitecto del Kremlin a manos de Iván El Terrible); ...y más abajo se encontraban los modestos.

Los modestos ocupaban casi por completo la librería (desmontable, por cierto) pero no ostentaban el lugar preferente de las enciclopedias. Eran libros de diferentes tamaños, colores y espesores.
Entre esta comunidad bien avenida, vivían Stevenson junto a Lovecraft y Poe. Shakespeare era considerado un gran terrateniente pero Borges era el dueño de una balda entera. Tres amigos inseparables ocupaban un discreto adosado: Dante, Virgilio y Petrarca, la comidilla del barrio: se rumoreaba que dos de ellos habían hecho un viaje juntos, pero debieron de enfadarse porque uno de ellos regresó en la segunda escala del trayecto.
En copropiedad vivían poetas como Cernuda, Machado, Neruda, Celaya, Miguel Hernández y otros, que tenían que verse las caras con unos locos que se llamaban Sartre y Camus. Recuerdo que incluso había un miembro de la nobleza en una esquina (siempre hemos sido muy rojos) que se llamaba el Marqués de Sade, negro como la noche y tal como yo me imaginaba su capa.
Junto a Valle-Inclán y Pío Baroja vivía un personaje, de cuyo nombre no puedo acordarme, del que todos se reían. Parece ser que se volvió loco de tanto leer unos libros de los que llaman “de caballería”, pero a mí siempre me cayó bien porque era alto y delgaducho como mi padre, y un señor que me recordara a uno de mis seres más queridos no podía sino parecerme simpático.

Había muchos otros y todos cohabitaban en perfecta armonía. Hasta tal punto se querían, a pesar de cunas y condiciones, que cuando mi hermano cogía uno, enseguida se venían abajo los demás de lo mucho que lo echaban en falta.

Cuando mi estatura me lo permitió, ya podía ver todos los miembros de aquel edificio singular en un solo golpe de vista y, fue entonces cuando lo descubrí: solo, exiliado, prisionero de la nada.
Me apresuré hacia la cocina para hacerme con una banqueta que me permitiera coger el libro que había surgido de la noche a la mañana. “Quizás haya vivido aquí todo el tiempo y yo no me he dado cuenta” pensé. Sus tapas eran duras y resistentes, como la cabaña que resiste a los soplidos del lobo. Toda una gama de grises lo recorrían sin dar tregua a ningún otro color jugando a las formas.
Al principio no puede ver nada, concentrada como estaba en el propio descubrimiento y, para qué negarlo, intentando que no se me cayera de las manos.
Un hombre y una mujer reposaban con rostros satisfechos sobre un lecho deshecho.

Dejé el libro sobre el estante,
Dejé la banqueta en la cocina.
Nunca pregunté nada sobre el libro prohibido.

En muchas otras ocasiones fui a visitarlo y él, benévolo con la niña que lo acogía, me enseñaba su hogar por dentro.
Fue mi primer secreto y El Decamerón era su nombre.

16 comentarios

carmen -

ek,oirt0uoh[€hhjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjjj

Mujerarbol -

Vailima: siempre la clavas. Yo ya blogueé de un libro con olor a ajo que fue lo primero que cayó en mis manos. Ahora que me acuerdo -¡ah, el olor!- el resto de los que devoré olían a caca de paloma, porque me los merendaba en un altillo-palomar de la casa de mi abuela, en un pueblo de la Mancha de cuyo nombre (is é trúan sin) tendré que acordarme. ¡Chts!

Dem -

Me pasaba como a Miranda, no quería presionar pero se notaba la ausencia :P

Al final el blog se termina convirtiendo en una obligación :S

Miranda -

Ah, bueno, menos mal, estaba preocupada, pero me daba palo preguntar, era como...presionar.

Bien, aquí seguiremos mirando fijo. (ya hace sol y nace todo...)

Un abrazo.

M.

Vailima -

Gracias chicos por vuestras palabras y perdón por haber sido tan desconsiderada con vosotros y abandonaros sin más.
Lo cierto es que he cambiado de empresa y me falta tiempo para todo. En un amago (vergonzoso, por cierto) puse este post de reposición a sabiendas que el Tio Petros me iba a echar la bronca (por cutre, me dijo) y aún y todo me arriesgué.
Bueno, espero que dentro de pocos días, a lo sumo dos semanas como mucho, vuelva con la actividad normal.
Me habéis conmovido!!!!!!
pero qué encantadores que sois...
Un beso

Cristina -

Mira al Palimp que se pone manifiestamente melancólico...jiji

Jo, me ha encantado el post, ese patio de vecinos tan lindo...

En mi casa el caos era un poquito mayor, pero recuerdo que de cría una de las lecturas que más me apasionaba era un diccionario español-gallego. ¡La de vueltas que le llegué a dar!

Vuelve, que te se echa de menos...

Por cierto, el Decameron...era un poquito escatológico a veces, ¿no?

Besossss de amiga añorálgicaaaa

Palimp -

Leyendo a Yeats, hijo de John Butler Yeats, del que dicen en mi libro que fue prerrafaelita, me acordé de ti, y de tus excelentes posts, y de lo mucho que se te echa de menos...

Nfer -

Saul Eitan:
Me has dejado pensando.
Todos han sido lectores en mi familia, y en la de mi Cosme, incluso una de las chicas es dramaturga, y ha tenido reconocimiento nacional e internacional por sus obras.
Pero los chicos...ignoran los libros. Es algo que no puedo entender: pues nos han visto felices al leerlos, comentarlos, comprarlos, ordenarlos...
(Me he criado en un pueblo con gran cantidad de inmigrantes judíos por lo cual tengo también una colección de libros de chistes judíos. Y si alguien hay que puede tomar ironizar a lo Chesterton su condición, es un escritor judío).
Pero nada. Están ahí como si fueran ladrillos.

Ah...desconozco lo de la "sonrisa vertical"... pero ya me lo voy imaginando.
La buscaré. Me ha picado la curiosidad.

Nfer -

¡Señores!
¿qué es eso que somos "raritos"?
En mi casa siempre hubo libros - en cajas, en bibliotecas, en trinchantes, junto con las latas de galletas, en la cocina el gran descubrimiento de Abuelita ( ‘El libro de Doña Petrona’que ha alcanzado 101 ediciones, un tomaco de casi mil páginas, del cual si no le conocéis hablaré en algún post).
Y sí, había libros forrados. Como otros en prolija serie, todos iguales, tapas duras, hojas doradas en los cantos, señaladores varios de cintas de seda.
Pero... uno codicia lo que ve (o, a la inversa, y esto es un punto no menor, nadie desea lo que no conoce).
Y había unos libros, bastante maltrechos, malolientes, esquinas reforzadas con metal dorado, ¿bronce quizá?.
Y sí : una siesta me trepé y bajé uno, que al separarse de los otros hizo un ligero ruido que sonó en mis oídos atronador...
Era un tomo de "Las mil noches y una noche" traducido por Richard Burton.
Pero ¡qué desilusión! el traductor avisa, en su prólogo, que varias partes han sido suprimidas "para no herir la sensibilidad del lector occidental"
Fue suficiente: cerré el tomaco maloliente y hasta mucho después lo ignoré.
Ya de peque tenía las cosas claras: no vendría el tío ese a decidir qué era lo que me heriría y qué no...

Palimp, antes de contestar a tu "ejercicio" te recuerdo que no todo el mundo tiene libros en su casa..., y esto es (bastante)independiente de la posición económica.

Abrazotes a todos

Vailima -

Lo segundo Palimp, lo segundo. Sin ninguna duda vamos.
Joder, qué aplastante eres!

Por eso yo no pierdo la esperanza de que mis vástagos (varones los dos) les dé algún día un ataque de rarismo y cojan un libro.
Todo es cuestión de fe.

Palimp -

Como ejercicio de anti-nostalgia propongo las siguientes preguntas.

Nosotros investigamos en los estantes de nuestros padres pero.. ¿Cuantos de nuestros compañeros hacían lo mismo? ¿Muchos? ¿O éramos más bien raritos?

Vailima -

Qué tiempos aquellos en los que nuestros padres o hermanos mayores -en mi caso- tenían que recurrir a forrar esas obras (Dem), a seleccionarlos de algún modo (Palimp) o a recluirlos al final de una estantería...
Hoy, desgraciadamente, andan libremente como Pedro por su casa, no sólo el Decamerón, sino además todos los que quieras de La sonrisa vertical y otros que en sus portadas anuncian lo que a mí me hubiera picado la curiosidad cosa mala en mi adolescencia. Más libertad? No, amigos, no. Mis hijos (al menos el de 12 años) no malgasta un minuto de su tiempo buscando marranadas en una estantería. Para eso existe el MARCA, que también tiene pelotas...
Un beso a todos
p.d. Saul Eitan, como ves, en todos sitios cuecen habas porque mal de muchos...
epidemia.

Miranda -

Que bonito!

Y cómo vienen los recuerdos de golpe, como cuando abres la puerta de un armario desordenado y se te cae todo encima...

Yo devoré todo lo que pillaba desde que pude leer, así que no guardo recuerdo de orden de lectura.Devoraba también novelas de vaqueros de Estefanía y de Sven Hassel, así que lo más pronto que recuerdo de impacto fué Guillermo Brown, al que sigo adorando.
Las curiosidades impactantes en lo corporal las tuve con un diccionario médico. Que colmo todo!.

Sigue lloviendo por aquí por el norte, al menos en Algorta, y hay viento. Una noche preciosa, pena que pronto hará sol...y ya será un soponcio salir a la calle...:oD

Beso.

M.

Saul Eitan -

Mi comentario va por otro lado: la escasa curiosidad de los adolescentes de hoy en día. En casa tenemos algunos libros (me desespera pensar que el día que me jubile seré consciente de no tener el tiempo necesario para poder leelos todos), incluso colecciono 'siddurim' (libros de oraciones judíos). Mis dos criaturas de la ESO no tienen ningún interés en, si quiera, hojearlos. ¿Recordáis la colección 'La Sonrisa Vertical'? Cuando eran más pequeñas tenía alguna preocupación, ingénuamente, pero ni se les ocurrió echarles un ojo. El caso es que ambas leen muy bien, incluso tienen una caligrafía aceptable, pero su interés va por otros predios.

Palimp -

¿Será casualidad que el otro día comprara -de nuevo- el Decamerón? Es una edición de tapa dura 'simil antigua', estaba barata, y me la compré.

A mi tampoco me gustó mucho de niño. No estaba escondido -o quizá sí, formaba parte de una colección de 100 libros todos iguales- aunque si 'seleccionado'.
En breve me pondré con él de nuevo.

Dem -

En mi casa El decamerón estaba forrado con un feo papel marrón para que no se viese la portada ni se supiese qué libro era. A mi me sonaba a libro prohibido, seguro que tenía que haber tetas allí y finalmente me atreví a cogerlo a escondidas.

No me gustó, no llegué a terminarlo, yo esperaba otra cosa. Nada como la imaginación de un crío de 13 años XDDD

Algún día volveré a leerlo, no debe estar tan mal. Por cierto, hace algún tiempo, ordenando los libros, me sorprendió verlo sin el feo papel marrón. Toda la vida viéndolo con su disfraz, asocio El decamerón con papel sucio y estropeado (y esta idea no me resulta desagradable).