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Vailima

LA RUTINA

LA RUTINA

Llego cansada, como todos los viernes, a esa casa, que sin ser mía comienza a ser una parte de mi. Este no es diferente de todos los anteriores durante el último año. Hace calor, y, después de horas de viaje, traigo la ropa pegada al cuerpo, un sabor salado en la piel y una sensación de vago descuido. Llamo al timbre sabiendo que esta ahí, que, a pesar de la distancia, siempre que me paro enfrente de esa puerta, él me abrirá. Y con esa puerta se abrirán sus ojos y sus miradas, sus manos y sus caricias, sus labios y sus besos. Nos damos un fugaz beso en los labios, un poco monótono y recuerdo los primeros viernes, aquellos en que apenas traspasaba el umbral de esa puerta nuestras ropas eran un montón de hojas caídas sobre el suelo, alfombrando el camino hacia cualquier parte, a veces hacía ninguna, devorándonos contra esa misma puerta que acaba de cerrarse.

Ocurre que, aún sin vernos todos los días, la rutina termina por hacer mella. Me pregunta por el viaje y contesto con palabras parecidas a las de hace un par de semanas, y me dice que tiene que ir a comprar. No presto mucha atención, sólo deseo desnudarme y dejar que el agua borre el cansancio y el calor. “Vale, no te preocupes, acércate tú y mientras me ducho. Luego saldremos a cenar”.

Otro beso fugaz mientras recoge las llaves y sale por la puerta. Dejo el equipaje en la habitación, me quito los zapatos con una especie de rabia contenida y pienso que yo si le sigo deseando igual que hace un año. Me desnudo deprisa y dejo la ropa de cualquier manera sobre la cama. Cojo una toalla y recorro, desnuda y descalza, los pasos hasta el baño. Mientras siento una especie de impotencia, me habría gustado abrazarme a él y darle un beso largo antes de que saliera.

Me meto en la bañera y abro el grifo del agua, espero un poco a que no este demasiado fría ni demasiado caliente. Cuando tiene la temperatura perfecta dejo que el agua arrastre mi mal humor, no merece la pena perder mis horas con él en pensamientos llenos de enojo o ira. Según desaparecen los malos presagios, me invade un dulce calor, recuerdo otros días bajo esa misma ducha con su piel pegada a la mía. Su boca en mi cuello, sus brazos rodeando mi cuerpo, una de sus manos en mi pecho, pellizcando suavemente mis pezones, la otra sujetando mi cadera contra la suya. Es tan vívido el recuerdo que puedo sentir su erección contra mis nalgas. Le deseo. Le deseo y me gustaría que fueran sus manos y no las mías las que ahora resbalan por mi cuello, las que buscan mis pezones excitados. Sus dedos y no los míos, los que aprietan esos pezones, como pinzas suaves entre el placer y el dolor. Mi mano baja despacio por mi cuerpo mojado, corriendo con los surcos que el agua dibuja por mi estomago, por mi ombligo, por mi vientre. Me acerco al centro de mi deseo, donde se mezclan la humedad ardiente del placer presentido y el agua limpia y cálida. Empiezo a acariciarme, despacio, lentamente, no tengo prisa, mientras mi mente recobra la sensación conocida de su lengua inquieta en mi sexo, buscando, como tan sólo él sabe, arrastrarme en oleadas de placer hacia una playa infinita. Mi cuerpo se arquea y mis dedos tocan con la experiencia del cuerpo propio, más rápido, más intenso. De repente, aunque tengo los ojos cerrados y estoy de espaldas a la puerta entreabierta, una mirada me atraviesa, lo noto, percibo una hoguera detrás de mi. Abro los ojos y me fijo en el espejo que queda a un lado de la pared, entonces le veo, de pie, desnudo, callado, oigo su respiración entrecortada y profunda por el deseo, distingo su mirada llena de pasión, anhelando acercarse a mi, contemplo su cuerpo excitado suplicando por acortar el camino hasta la fuente donde apagar toda su sed. Entonces me llevo un dedo a los labios, shhh, silencio. Y continuo acariciándome, perdida en su mirada, sólo para sus ojos, sujeta por un lazo invisible a su piel, sosteniendo entre los dos el ansia del goce compartido como una brizna de hierba que se mantiene en el aire sin ayuda. Hasta que la playa infinita me recoge y con el último gemido de mi orgasmo, el calor de su cuerpo se amolda a mi espalda, a mis nalgas, a mis piernas, a mi piel, haciéndome saber que ya no necesito imágenes en mi interior, porque la realidad supera con creces a la ficción y este viernes nace en ese preciso instante.

 

Autora: Ladydark

9 comentarios

Vere -

Estupendo relato. Transmites muy bien Lady.

roccomejia -

Qué delicada manera de aumentar el ritmo cardíaco.Encantado de haber compartido un momento de ondulante pasión.

anarkasis -

aquete fiver,
fIIIIIIVERRr

pon porróm porrom-pón.

imposible terminar de leer, sin poner el aire acondicionado.


"..un dedo a los labios, shhh, silencio."

me tlienmplan las pielnas....

María Alexandra -

Que bello relato, me ha encantado. Saludos

Vailima -

Hablando de cosas que no cuelan... Charles, no me has mandado nada.
(léase en tono de regañina)

Charles de Batz -

Magnifico relato, Lady, perfectamente hilvanado y lleno de un suave y cálido ritmo sensual. Chapó.

Creo que no cuela lo de que no tienes bañera y espejo ;-)

Salud

Vailima -

No cuela, guapa. Así que el relato ha sido doblemente...impactante. juas
a todos nos pierden las pasiones, tanto propias como ajenas y cuanto más cercanas mejor.

ladydark -

Vailima la imagen es fantástica, sabía yo que tú eligirías mejor que yo :). Por cierto y al hilo de ayer ¿cuela que yo no tengo bañera ni espejo?...

Vailima -

Como hemos podido comprobar la protagonista del magnífico relato que nos regala Ladydark no estaba tan cansada como quería hacernos creer. Nos has llevado, Lady, de la mano entre deseos y vahos, sensaciones y en definitiva, placer; entre el sueño y la realidad en un estadio de ensoñación que propicia la pasión.
Y otros hablan del calentamiento global...
Gracias, amiga. Espero que la imagen haya sido de tu gusto.
besos