MANUEL Y YO
Vivo realmente bien. Mis días transcurren plácidamente sin mayores obligaciones mientras comparto mi existencia con Manuel y Lucía. Tengo aventuras ocasionales sin mayor importancia que no son dignas de relatar por lo tópicas y anodinas, pero tampoco pido más a la vida. A veces decido ausentarme de casa durante algunos días y llevar una vida bohemia hasta que me hastío y regreso. Ellos, Lucía y Manuel, lo comprenden y se limitan a celebrar mi vuelta. De modo que, a pesar de ser amante decidido de la vida tranquila, cuando quiero me permito romper la monotonía. Lo puedo hacer, y lo hago con cierta frecuencia.
A pesar de ello, las vivencias más imborrables siempre me han ocurrido de puertas para adentro. La última y más importante ha ocurrido recientemente.
Manuel llegó hace unos días a casa con una noticia: se marchaba y no volvería en cuatro días por asuntos de trabajo. Un trabajo que le permite mantenernos a Lucía y a mí en gloriosa ociosidad, dicho sea de paso. Estaba contento porque –dijo- era un viaje de negocios importante para su futuro profesional.
- No te quedarás sola, mi amor. Son sólo cuatro días, y además estáis los dos - le oí decir a Manuel mientras dirigía su mirada hacia mí.
Lucía le sonrió y se besaron apasionadamente. No suelen escatimar muestras de amor en mi presencia, de modo que estoy acostumbrado y lo veo como algo perfectamente normal.
A la mañana siguiente, Manuel se marchó después de desayunar. Tras despedirse de ambos, Lucía y yo nos quedábamos solos en casa.
Los días siguientes fueron estupendos a pesar de la ausencia de Manuel. Mejor dicho: a pesar de la presencia del vacío que deja Manuel cuando no está. Lucía y yo fuimos de compras varias veces, y por la tarde paseábamos por los jardines en dirección al puerto. Una vez allí, caminamos lentamente bajo la fina lluvia que caía sin parar por aquellos días. Yo me resisto a mojarme sin necesidad, pero a Lucía le encanta. Era otoño, y el agua parecía templada, casi caliente. Su pelo se quedaba chorreando y en ocasiones incluso no podía ver porque el agua se me metía en los ojos. Pero nada importaba, disfrutábamos mucho con nuestra mutua compañía.
El primer día, cuando volvimos a casa, ella se fue directa a la ducha. Estaba empapada y necesitaba cambiarse, así que yo que estaba seco, me quedé en el salón esperándola. Salió del baño con un albornoz blanco cuyo cinturón había desaparecido hacía unos días, con el pelo recogido y descalza.
Me gusta cómo huele Lucía.
-Dentro de tres días volverá Manuel - me dijo.
Creo que en realidad hablaba para sí misma aunque dirigiéndose a mí. Me acerqué a ella. Estaba sentada con las piernas entreabiertas. Ya no dijo una sola palabra más. Me obligó con mucha suavidad a meter mi cabeza dentro del albornoz. Uno supone que ante ciertas situaciones no caben muchas posibilidades y dada la mía, debía hacer lo que hice: dirigirme con suavidad hacia el centro de su sexo. Olía a humedad y a champú suave, pero había mil aromas más. Todos ellos mucho más agradables que el del champú. Comencé a lamer aquel sexo mientras su dueña se echaba hacia atrás en la silla y abría aún más sus piernas. Esto me facilitó la labor. Notaba cómo la excitación iba creciendo dentro de mí mientras mi saliva se unía a los flujos que Lucía segregaba. Yo seguía chupando y lamiendo y ella jadeaba y movía su pelvis hacia atrás y hacia delante. Aquella operación duró un buen rato y debí hacerlo bien, porque Lucía comenzó a jadear de forma acompasada, acabando en una mezcla de lamento y gemido como el que oía a través de las paredes cuando hacía el amor con Manuel.
Un buen rato después se apartó de mí y me miró a los ojos como sólo ella sabe hacerlo. Yo sé que a veces Lucía no necesita hablar. En esas ocasiones aprecia (lo sé positivamente) más mi compañía que la del resto de sus amigos, ruidosos amigos que llenan de vez en cuando la casa con conversaciones intrascendentes. Estoy convencido de que tras Manuel yo ocupo su corazón. Lo sé y lo comprendo. Lucía sabe también que Manuel es muy importante para mí. Aquel era uno de tales momentos silenciosos en los que Lucía y yo nos entendíamos perfectamente.
Tras ese encuentro, no nos volvimos a dirigir la mirada en el resto del día. Pude comprobar que se había producido un cambio en ella, estaba en lucha consigo misma.
Los cuatro días de ausencia de Manuel fueron parecidos, excepto el último. Lucía y yo tuvimos un encuentro salvaje en el salón, sobre la alfombra mientras la lluvia repiqueteaba en los cristales. La monté como nunca hubiera imaginado. Ella, abandonando todo recato, gemía fuera de sí mientras yo bombeaba una y otra vez mi miembro en su interior hasta derramarme y quedar exhausto. Esta vez nos recostamos ambos en la alfombra al terminar. Al igual que en las tres ocasiones anteriores, tampoco me dijo cosa alguna.
Al final llegó Manuel. Lucía y yo estábamos en casa, esperándole. Tengo una percepción muy especial de los estados de ánimo de ambos y por eso sabía sin duda alguna que Lucía estaba nerviosa. Las inflexiones de su voz me lo indicaban, y sus manos me lo corroboraban: se notaba que no sabía qué hacer con ellas mientras hablaba. Pero Manuel no se dio cuenta de nada, venía con mil cosas que contar sobre sus negocios, todo había salido muy bien y quería celebrarlo. La mirada de Lucía bailaba entre Manuel y yo mientras hablaba, pero Manuel sólo la miraba a ella.
Me pareció que lo más correcto era retirarme y así lo hice. Me fui al jardín y allí me quedé durante las dos horas largas que duró la conversación. Desde allí les oía hablar sin parar. Mejor dicho: Manuel hablaba y Lucía escuchaba las novedades. Cuando empezaba a anochecer, Manuel salió al jardín con una sonrisa, mirándome a los ojos y me dijo como todas las noches que está en casa, en una especie de ritual privado:
- ¿Te apetece un paseo?
Mientras lo pregunta, invariablemente mantiene la correa en lo alto, pensando que si no la veo no le voy a entender.
Invariablemente, ladro poderosamente dos veces, mientras me dirijo a la puerta moviendo la cola, entusiasmado con la idea de un paseo nocturno con Manuel. Como todas las noches.
Me gusta mucho que Manuel esté en casa con nosotros.
Autor: Tio Petros (imagen elegida por el autor)
14 comentarios
Charles de Batz -
Salud
TioPetros -
Lucía pensó en esto, y se recostó. Como buenamente pudo, pero se recostó.
Vere -
Javier -
TioPetros -
Cuando escribí este cuento pasé unos buenos momentos pensando en presentarlo en OrGie; de modo que le he terminado por coger mucho cariño. Y ¿qué mejor sitio para colocar un cuento al que tienes cariño que en el blog de Vailima?
anarkasis: me gusta que te guste.
anarkasis -
2º a horas intempestivas no hay hostias de postear llevo cuatro intentos fallidos, los hispanoamericanos no se como lo llevan, seria bueno que lo comprobases
3º ¡¡mu bueno!!, que me ha gustao¡!
Nur -
Vailima -
peggy -
Pixie -
Vailima -
Salamandra: jaja, ahora todo el mundo quiere quitarse el polvo... yo no tengo perro, tú no tienes vampiras... jeje.
Ya estoy mejor. En proceso de recuperación que diría el otro.
besos castos
Salamandra -
Me gusta la historia y la percepción olfativa del perro.
Espero que estés más estable.
ladydark -
Vailima -
SE HACE SABER QUE EN CASA DE LOS PETROS NO HABITA CANINO ALGUNO. ASÍ QUEDA ANULADA Y REPRIMIDA CUALQUIER DUDA Y SONRISILLA IMPERTINENTE DEL DISTINGUIDO PÚBLICO.