MAR ADENTRO
Mar adentro, mar adentro,
y en la ingravidez del fondo donde se cumplen los sueños,
se juntan dos voluntades para cumplir un deseo.
Un beso enciende la vida con un relámpago y un trueno,
y en una metamorfosis mi cuerpo no es ya mi cuerpo:
el abrazo más pueril, y el más puro de los besos,
hasta vernos reducidos en un único deseo:
tu mirada como un eco repitiendo, sin palabras:
más adentro, más adentro,
hasta el más allá del todo por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre y siempre quiero estar muerto
para seguir con mi boca enredada en tus cabellos.
Yo no quería ir a verla. Pero lo mismo que me ocurriera con La vida es bella de Benigni o con La lista de Schindler de Spielberg, fueron unos versos de Rilke los que decidieron por mí:
Lo bello no es más que el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar.
Todo ángel es terrible.
Alejandro Amenábar va más allá de un mero comienzo y, sin embargo, ha creado una obra de gran belleza. Ha conseguido tensar de tal modo el arco que el esfuerzo se hace paradójicamente cómodo. Nos ha mostrado lo siniestro de lo irreversible, lo bello de la naturaleza del hombre que, como diría Kleist, es ángel y marioneta. Ha permitido que volemos desde el asiento, como el protagonista vuela desde su cama, inconscientes de la delicada condición del ser humano. El más frágil de todos los ángeles, el más ágil de todas las marionetas.
Amenábar ha sabido poner los límites a tiempo para que el corazón no estalle. Ha recurrido al humor, el más difícil de todos los recursos que el hombre posee cuando su vida es miserable.
La agónica sonrisa de un Javier Bardem; la inocencia de Rosa que busca en un náufrago su bote salvavidas; lo irremediable de la verdad de Julia; lo incontenible de la entrega de la cuñada; lo ignorante del cariño de un sobrino adolescente; el miedo a la pérdida de lo naturalmente establecido de un hermano mayor, recto y abnegado... y la amargura de un padre que sólo rompe su silencio para decir:
Sólo hay algo más terrible que la muerte de un hijo.
Y es que tu hijo se quiera morir
y en la ingravidez del fondo donde se cumplen los sueños,
se juntan dos voluntades para cumplir un deseo.
Un beso enciende la vida con un relámpago y un trueno,
y en una metamorfosis mi cuerpo no es ya mi cuerpo:
el abrazo más pueril, y el más puro de los besos,
hasta vernos reducidos en un único deseo:
tu mirada como un eco repitiendo, sin palabras:
más adentro, más adentro,
hasta el más allá del todo por la sangre y por los huesos.
Pero me despierto siempre y siempre quiero estar muerto
para seguir con mi boca enredada en tus cabellos.
Yo no quería ir a verla. Pero lo mismo que me ocurriera con La vida es bella de Benigni o con La lista de Schindler de Spielberg, fueron unos versos de Rilke los que decidieron por mí:
Lo bello no es más que el comienzo de lo terrible que aún podemos soportar.
Todo ángel es terrible.
Alejandro Amenábar va más allá de un mero comienzo y, sin embargo, ha creado una obra de gran belleza. Ha conseguido tensar de tal modo el arco que el esfuerzo se hace paradójicamente cómodo. Nos ha mostrado lo siniestro de lo irreversible, lo bello de la naturaleza del hombre que, como diría Kleist, es ángel y marioneta. Ha permitido que volemos desde el asiento, como el protagonista vuela desde su cama, inconscientes de la delicada condición del ser humano. El más frágil de todos los ángeles, el más ágil de todas las marionetas.
Amenábar ha sabido poner los límites a tiempo para que el corazón no estalle. Ha recurrido al humor, el más difícil de todos los recursos que el hombre posee cuando su vida es miserable.
La agónica sonrisa de un Javier Bardem; la inocencia de Rosa que busca en un náufrago su bote salvavidas; lo irremediable de la verdad de Julia; lo incontenible de la entrega de la cuñada; lo ignorante del cariño de un sobrino adolescente; el miedo a la pérdida de lo naturalmente establecido de un hermano mayor, recto y abnegado... y la amargura de un padre que sólo rompe su silencio para decir:
Sólo hay algo más terrible que la muerte de un hijo.
Y es que tu hijo se quiera morir
2 comentarios
Vailima -
"nunca podrás ser actriz"
¿cómo podría disimular el cargamento de mocos que me acompañan siempre que lloro en el cine?
No lo puedo evitar.
Un saludo Santana.
Santana -
Qué a gusto sale una del cine con la cara enrojecida, e hipando como una loca!
Qué sensibilidad contando la terrible historia!
Sensacional.