LIBIAMO, LIBIAMO (2/4)
Una muchacha borracha durmiendo nos presenta a un ama de casa y no a una criada, a juzgar por el elegante vestido, con el gesto de apoyar la cabeza en la mano siguiendo la tradición de la acedia, de la ociosidad como consecuencia del vicio de la bebida al que alude la jarra que el pintor coloca en primer término.
Observen la forma en que Vermeer trata la composición del lienzo: pocos objetos, ninguna figura más. Sólo la mujer aislada de cualquier actividad y silencio, mucho silencio. Si bien podríamos imaginar que la mujer se encuentra melancólica o pensativa, la copa que tiene ante sí nos aclara este punto. El tema de la acedia se explicaba en la teología de la Edad Media como uno de los vicios del ser humano, considerándolo, incluso, como pecado mortal. Las autoridades eclesiásticas, en esa época, promulgaban un principio ético de trabajo estricto y de alguna forma ascético, con normas que también se proyectaban al trabajo casero. La violación de estas normas por las amas de casa como la de nuestra obra, era considerada un pecado contra la ley divina.
La acedia era una de las consecuencias de la embriaguez. El sueño, consecuencia de –y permítanme la expresión- levantar el codo, provocaba el descuido de los deberes y el orden “divino” de la casa se encuentra fuera de control. De nuestra ama y señora de Vermeer, sabemos algo más. Celebrando un sueño reparador fruto del vino de la jarra colocada en primer término, el ama de casa guarda un secreto: un secreto de amor extramatrimonial. El cuadro que cuelga de la pared, aunque difícilmente reconocible por la sombra, hace de clavis interpretando, ofreciéndonos un indicio del contexto erótico. Vermeer pinta (el cuadro dentro del cuadro ¿les suena?) un lienzo de Cesar van Everdingen que representa un angelote o un Eros en miniatura con una máscara, símbolo de la simulación. La consigna se remonta a otro emblema de Otto van Veen que decía así: “El amor requiere rectitud”.
Otro elemento que apunta al carácter erótico del cuadro es la bandeja de frutas a modo de naturaleza muerta (las frutas del mal) y el huevo que aparece junta a ella, envuelto entre telas, símbolo de que hay que frenar la líbido. Sin duda, el artista conocía estas claves gracias a la literatura antigua, claves citadas por literatos de su época con fines pedagógicos. Entre ellas se citaba un antiguo refrán que, amigas, no tiene desperdicio:
Mulier si temetum biberit domi ut adulteram puniunta
que, sin apenas conocimientos de latín, podemos traducir como “si una mujer bebe vino en casa, ha de ser castigada como una adúltera”.
En fin, amigos lectoras y lectores, aplíquense el cuento y tengan en cuenta las primeras que no deben beber del dulce vino en casa propia ni ajena porque atentarán contra la ley de Dios y, los segundos, que si vienen de trabajar y encuentran a su esposa de esta guisa, lo mejor que pueden hacer es calentarse la comida en el microondas y regarla con el escaso vino que encuentren en la jarra. Aunque yo les confieso una cosa: si el placer del vino se comparte con el otro no habrá frutas ni huevos entelados que puedan frenar nada porque el sueño llegará a ser más que reparador.
Hasta mañana.
9 comentarios
vere -
vere -
Vailima -
un abrazo
vigi -
Un saludo.
Vailima -
¿pedruscos? pobre de mí, cuanto más creo saber más ignorante me presento a mí misma. Pero gracias, muchas gracias.
Herri Otrow -
Gracias Vailima por ir echando pedruscos de inteligencia en mis océanos culturales.
Vailima -
Vailima -
Vuelve cuantas veces quieras y participa también cuanto quieras, vuestros comentarios siempre son enriquecedores.
Un saludo
diletante ocioso -
He seguido tu blog hace ya un tiempo. Me ha gustado y entretenido muchísimo. Espero algún día comentar algo si es que mi cobardía me lo permite.
Un abrazo y saludos desde Chile de Manuel Urzúa