EL TAMAÑO NO LO ES TODO
Como les decía en el post anterior, todo edificio románico desprende un destello que lo hace único e irrepetible. En ocasiones basta el entorno, su emplazamiento, para sentir ese bienestar de olor a historia y tiempo, en otras, un crismón, una hilera de canecillos o el pequeño hueco de un ábside que destila las primeras luces de la mañana.
La peculiaridad del Monasterio de Santa María de Lluçà nos sorprende cuando traspasamos la puerta abierta en el muro meridional de la iglesia donde un caprichoso claustro acoge y abriga al viajero con el delicado mimo de una buena madre. Sus pequeñas dimensiones y la irregularidad de su trazado lo convierten en una pieza excepcional donde el espectador, siempre curioso, encuentra la respuesta –desde el punto de vista estético- de lo que calladamente persigue.
Las galerías que conforman este recogido claustro están dispuestas, de ahí su irregularidad, en hileras de cuatro arcos (galerías norte y oeste) y de cinco arcos (galerías sur y este), tal y como les presento en la imagen siguiente:
Los capiteles están, salvo dos, en buen estado de conservación y nos hablan desde su silencio de piedra a través de motivos vegetales, leones rampantes, figuras humanas, palomas y seres fantásticos perfectamente esculpidos para que puedan ser leídos por la curiosidad de quien los contempla. Como les digo, todos salvo dos que han perdido el contenido de su memoria y, mudos, sobreviven arropados entre la historia de sus dieciocho compañeros restantes.
A estas alturas, ustedes ya me conocen, mi deformación bloguesional adquiere tintes detectivescos y me empuja a saltar al patio adoquinado del claustro. Desde este lado los dos capiteles malditos están intactos, impolutos. El sol se derrama de lleno y el misterio parece no tener respuesta: ¿qué es lo que paradójicamente ha producido ese deterioro manifiesto que ha hecho que la parte externa de cada uno de estos capiteles se haya conservado mejor que su cara interna?
Aunque escéptica, la respuesta a esta pregunta tiene carácter divino y me sobrecojo ante el sufrimiento de estas dos caras que se han perdido para siempre, cuando una y otra vez han sido bañadas, lejos del mar, con agua y sal benditas de uno y otro obispo de turno que ha tenido a bien legarnos el mutismo de su belleza. Lo que sale de su mano en forma de salada bendición llega a estos capiteles como salpicaduras malditas e inevitables dada su ubicación en el claustro.
Si ustedes se acercan a Santa María de LLuçà, no se olviden de contemplar la cara interior de este par de capiteles maltratados y vencidos por una bendición que, para un amante del arte, no es sino la más grande de las maldiciones. Descansen en paz.
5 comentarios
Vailima -
Un beso, guapa.
vanina vainilla -
Ojos que no ven ...
Koke
el brujo don carlos -
Salamandra -
anarkasis -
Descansen en paz