EL PRIMER DIRECTOR DE CINE
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Decía Sartre que “hay una especie de desamparo en Venecia, como si todas sus voluptuosidades estuviesen sólo pintadas”. Y quién mejor que el Tintoretto para ejemplificar tal afirmación hasta el punto de que su falta de realidad convertía a Venecia en una ciudad siniestra.
No les voy a negar que me une al veneciano cierto respeto que marca distancias: hablo exclusivamente de su vertiente sacra, claro está, de esa tendencia suya a inventar espacios que no me placen pero admiro. Tiene algo, a pesar de que contrariamente me resulta simpático, que me hace compartir sentimientos con el francés y con uno de nuestros españoles más floridos (y entre ellos no incluyo ni a Bisbal ni a Aznar). A Picasso no le gustaba Tintoretto porque compartía con Sartre esa visión sobre el pintor por la que llegaban a calificar su obra de cinematografismo y al personaje como el primer director de cine. El pintor nace en una ciudad tan sumamente turbada que le carcome hasta el punto de no pintar otra cosa. Mucho peor, de no saber pintar otra cosa.
Frente al cinemascope veneciano de Robusti cuya existencia transcurre trabajosa y desalmadamente, su antagonista Tiziano tranquiliza a los príncipes expresándoles en sus telas que nada han de temer en éste, el mejor de los mundos posibles: “Obligado a su pincel a plasmar dolores tranquilos, dolores sin dolor, muertos sin muerte; a causa de él (del dolor) la Belleza traiciona a los hombres y se pone del lado de los dioses”.
Todo en él es decoración, dice Picasso del Tintoretto. Decoración y cine barato. “Causa efecto porque hay mucha gente (en los cuadros), mucho movimiento y gestos grandielocuentes (…) ¡Pero qué malo es todo, qué vulgar!”
Después de que estas palabras chirríen en mi cabeza, parto a buscar consuelo en Alberti que tras escucharme me dice:
"Rotos los cielos, rotos.
Sombras despedazadas,
acechadoras luces,
desgarradas.
(…)
Todo se cae, rueda.
Todo se precipita,
se violenta, se excita.
Y todo queda".
¿Y no será que al mirarlo respiro ese turbarse de Venecia?
¿Y no será que de puro miedo creo que “rotos los cielos, rotos” ha de devorarme mi conciencia?
Porque los dioses, amigos, reclaman para sí los dolores tranquilos y dejan que los hombres despachen con los sufridos. La Belleza traicionada y traicionera que bien acomodada se anega en ti, Tintoretto, el de “pincel arrebatado en un carro de fuego”. Y redimida y descansada, Picasso, una pregunta sin importancia: ¿le odias porque le temes, quizás? Y entra Cézanne, su amigo, y mirando al malagueño a los ojos, contesta:
“Aquí la esclavitud de Tintoretto. Era el tipo de individuo desgraciado que todo lo quería, pero cuya febril fogosidad consumía sus deseos en cuanto surgían. Mira su cielo… Esos buenos dioses se retuercen y dan vueltas. No tienen un paraíso tranquilo”
4 comentarios
Vailima -
Ana Bande -
peggybluess -
Bsss
mizo -
Paseis buen día, versión pictórica y preferida de Vailima.