LOS DOS VINCENT O LOS CAMPOS DE TRIGO
Si hubiera alzado la voz desde el principio, en vez de callarme en todas las lenguas del mundo...
Como dijo César Vallejo hay golpes en la vida,/yo no sé,/como de la ira de Dios y uno de estos golpes recayó en la figura de ese loco pintor, del que hoy en día se subastan obras suyas por las que se llegan a pagar millonadas, llamado Vincent Wilhelm van Gogh.
El artista holandés de pincelada gruesa, larga, ondulante y circular nació un 30 de marzo de 1853, exactamente un año después (30 de marzo de 1852) del nacimiento y muerte de su hermano mayor del que sólo se pudo levantar un acta de nacimiento que fue la de su muerte.
Curiosamente, y por esos golpes de los que nos habla el poeta, el hermano muerto había recibido el nombre de Vincent Wilhelm.
Cuando, aún pequeño, nuestro Vincent pasaba ante la tumba de su hermano de camino para oír a su padre, el pastor, predicar en la pequeña iglesia de Zunbert en medio del cementerio, contemplaba allí la inscripción con su propio nombre y casi la fecha de su nacimiento y ya la de una muerte.
Nuestro pintor estuvo marcado por esa vida muerta de la que en el mejor de los casos él sería siempre el sustituto, el intruso, el fragmento. Como escribió él mismo, mantuvo durante toda su existencia una deuda impagable:
Pero, querido hermano, mi deuda es tan grande, que cuando la haya pagado, el dolor de producir cuadros me habrá ocupado toda la vida y me parecerá no haber vivido.
El 27 de julio de 1890, el segundo Vincent Wilhelm van Gogh se dispara un tiro en el pecho. Cuando su Théo, su hermano pequeño y querido va a visitarle dada la gravedad de su estado de salud, Vincent le confiesa que ha fallado otra vez. Un lamento.
No moriría hasta dos días después.
Hasta una vez muerto, la ira de Dios lo acoge. De su féretro, que estaba mal fabricado, comenzó a gotear un líquido pestilente. Todo lo que rodeaba a ese hombre era terrible llegaron a decir.
El cura negó una carroza fúnebre para el suicida. Buscaron la ayuda del alcalde de un pueblo vecino. Bajo un sol atroz, como el que tantas veces plasmara en sus cuadros, su hermano Théo sigue, llorando, el entierro en los trigales. Lleva consigo una carta encontrada en el bolsillo de su hermano. La última:
Pues bien, en mi trabajo arriesgo mi vida y en él mi razón se ha hundido a medias...
hay golpes en la vida, yo no sé...
Como dijo César Vallejo hay golpes en la vida,/yo no sé,/como de la ira de Dios y uno de estos golpes recayó en la figura de ese loco pintor, del que hoy en día se subastan obras suyas por las que se llegan a pagar millonadas, llamado Vincent Wilhelm van Gogh.
El artista holandés de pincelada gruesa, larga, ondulante y circular nació un 30 de marzo de 1853, exactamente un año después (30 de marzo de 1852) del nacimiento y muerte de su hermano mayor del que sólo se pudo levantar un acta de nacimiento que fue la de su muerte.
Curiosamente, y por esos golpes de los que nos habla el poeta, el hermano muerto había recibido el nombre de Vincent Wilhelm.
Cuando, aún pequeño, nuestro Vincent pasaba ante la tumba de su hermano de camino para oír a su padre, el pastor, predicar en la pequeña iglesia de Zunbert en medio del cementerio, contemplaba allí la inscripción con su propio nombre y casi la fecha de su nacimiento y ya la de una muerte.
Nuestro pintor estuvo marcado por esa vida muerta de la que en el mejor de los casos él sería siempre el sustituto, el intruso, el fragmento. Como escribió él mismo, mantuvo durante toda su existencia una deuda impagable:
Pero, querido hermano, mi deuda es tan grande, que cuando la haya pagado, el dolor de producir cuadros me habrá ocupado toda la vida y me parecerá no haber vivido.
El 27 de julio de 1890, el segundo Vincent Wilhelm van Gogh se dispara un tiro en el pecho. Cuando su Théo, su hermano pequeño y querido va a visitarle dada la gravedad de su estado de salud, Vincent le confiesa que ha fallado otra vez. Un lamento.
No moriría hasta dos días después.
Hasta una vez muerto, la ira de Dios lo acoge. De su féretro, que estaba mal fabricado, comenzó a gotear un líquido pestilente. Todo lo que rodeaba a ese hombre era terrible llegaron a decir.
El cura negó una carroza fúnebre para el suicida. Buscaron la ayuda del alcalde de un pueblo vecino. Bajo un sol atroz, como el que tantas veces plasmara en sus cuadros, su hermano Théo sigue, llorando, el entierro en los trigales. Lleva consigo una carta encontrada en el bolsillo de su hermano. La última:
Pues bien, en mi trabajo arriesgo mi vida y en él mi razón se ha hundido a medias...
hay golpes en la vida, yo no sé...
4 comentarios
rigoberto -
la sociedad.
Chus -
Muy buenos los post, vailima.
Vailima -
Rubén -
Sabía que tras la vida de van Gogh se escondía cierto grado de sufrimiento y desesperación, pero no tenía ni idea de la magnitud del asunto.
Muchas gracias, vailima.