La ciudad francesa de Lourdes vuelve a estar en prensa ahora que Ratzinger ha anunciado visitarla en breve.
Me es difícil hablar con desapasionamiento de Lourdes. Hace unos años, Tio Petros y una servidora tuvieron la suerte de ser llamados para cantar el réquiem de Mozart en dicha ciudad. Así lo hicimos con nuestro coro, a pedido de la Orden de Caballería del Santo Sepulcro de Jerusalem (1). Además de nuestro querido Requiem, tuvimos la ocasión de cantar a capella una selección de música religiosa del siglo XVI en la que destacaban obras maravillosas de Juan de Anchieta.
Mientras nosotros cantábamos, quienes nos pagaban (los caballeros de la orden) escuchaban en silencio total, en -al menos- aparente meditación.
Aquella experiencia fue interesante por varios motivos: una no canta el réquiem de Mozart, ni polifonía religiosa del siglo XVI todos los días, y menos ante un público tan extraño. Tio Petros ama la música religiosa como yo, de modo que gozar juntos esta experiencia una vez más (y son ya tantas…) tampoco era cuestión baladí.
Pero es que además está la ciudad. La ciudad de Lourdes, única en su género por lo hiperbólica, por lo… me faltan epítetos.
Nosotros dos habíamos salido de casa varios días antes para recorrer el Pèrigord en soledad, como nos gusta: castillos, pueblecitos, románico y buena gastronomía. Conocimos lugares de ensueño, como los pueblos de La Roque-Gageac, Beinac y otros inenarrables lugares bañados por el río Dordoña. Pudimos comer y beber hasta quedarnos ahítos de placer, y luego enfilamos hacia el sur, contra los Pirineos para reunirnos en Lourdes con nuestros compañeros de coro.
Tras tanta belleza aún impresa en nuestras retinas, Lourdes nos golpeó inmisericorde con su espantosa realidad. En el infierno personal de TioPetros hay una tómbola con un feriante a voz en grito anunciando la última idiotez del momento. En el mío hay una interminable calle con tiendas a derecha e izquierda en las que se venden horrorosas vírgenes blanquiazules. Si el azul fuera más oscuro diríase que son de la Real Sociedad donostiarra. Miles, que se me antojaban millones de fieles (porque supongo que serían fieles), entraban y salían de aquellas tiendas que hacían bellas las tiendas más kitsch de cualquier capital. Tan sólo al final de la calle pudimos descansar un poco la vista en otra tienda más que vendía iconos de apariencia ortodoxa, más oscuritos y con una falsa pátina de vejez que al menos no quemaba los bastoncillos y los conos de mis ojos.
Repugnante. Pero aquello no fue sino el comienzo de un festival de los horrores que no cesó hasta que ingresamos en la balísica para hacer lo que habíamos ido a hacer; cantar.
Procesiones incesantes, enfermos pidiendo curación, miseria, y sobre todo dolor humano, espantoso dolor humano que se aferra al clavo ardiendo de una curación milagrosa perversamente administrada por miles de beneficiados.
Cuando fuimos a la famosa cueva, a mi derecha estaba una chica negra, de muy bellas facciones, en una camilla. La camilla estaba medicalizada y en los bajos de la misma un grupo electrógeno mantenía en funcionamiento aparatos que la mantenían con vida. Su mirada era vidriosa y era evidente que estaba agonizando. Más allá una madre entrada en años empujaba hacia la gruta a su hijo con síndrome de Down.
A mí no me repugna el dolor humano. Me impresiona, me deja tocada, me emociona, me hace sufrir; pero no me repugna. Lourdes me repugna. Lourdes es repugnante porque mercadea con el sufrimiento, porque me enseña la peor cara del dolor humano: esa cara que sólo aparece cuando el dolor es demasiado fuerte para sufrirlo sin creer en milagros. Lourdes es irracionalidad animal.
Lourdes me repugna porque me hace dudar de mí misma, y me hace pensar que si la vida me aprieta lo suficiente quizás también yo iría reptando miserablemente a suplicar un milagro que por supuesto no se me concedería.
(1) A quien le parezca anacrónico en pleno siglo XXI este dato, le aseguro que es cierto. La orden de los Caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalem fue fundada en 1098, tras la victoriosa primera cruzada, por Godofredo de Bouillon, duque de la Baja Lorena y Protector del Santo Sepulcro. Al igual que las ordenes militares de Los Templarios, Los Caballeros Hospitalarios o los Teutones, se dedicó a asuntos relacionados con las cruzadas en Tierra santa, pero a diferencia de los templarios continúa hasta la actualidad con actividad ininterrumpida. Actualmente esta orden está activa en la Iglesia Católica, y se dedica principalmente a obras de caridad y por lo visto, patrocinio de conciertos religiosos...