PARA CLIO: UNA OFRENDA DANTESCA
Cuando ayer preparaba el post de Loos y Wittgenstein, hallé por casualidad en el interior de Dicho en el Vacío (¿será una premonición o una astuta artimaña por mi parte de la que no me acuerdo? Opto por lo segundo) un recorte de prensa fechado el miércoles 17 de febrero de 1988 en el diario ABC.
Me gusta encontrarme este tipo de tesoros casi o más que un billete de veinte euros en el bolsillo de una prenda de invierno de la temporada pasada.
Mi hallazgo no deja de ser un tanto siniestro porque, como decía Schelling, lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado, y os voy a explicar porqué.
En la espléndida bitácora El triunfo de Clio, aparecen varios artículos donde se pone en tela de juicio la valoración actual de la obra de arte. Pues bien, en mi amarillento descubrimiento, un ciudadano residente en Madrid, escribe lo siguiente:
CONFESIÓN DE PICASSO
Señor director: Con motivo de la exposición El Siglo de Picasso, me ha parecido oportuno el siguiente propósito, dejando a cada uno el formular su opinión al respecto:
Las revistas francesas Poitiers-Université (nº 120, avril 1978) y Universidad Francesa (nº 118, J.F. mars, 1984), publicaron los extractos de una carta de Pablo Picasso a su amigo Giovanni Papini (1952), en francés, que me permito traducir en español.
Dado que ya el arte no es el alimento que nutre a los mejores, el artista puede ejercitar su talento en todos los intentos de nuevas fórmulas, en todos los caprichos de la fantasía, en todos los recursos del charlatanismo intelectual. En el arte, el pueblo ya no busca consuelo ni exaltación, pero los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencia buscan lo nuevo, lo extraño, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Y yo mismo, desde el cubismo y más allá, he contentado a esos maestros y a esos críticos con todas las rarezas cambiantes que se me pasaron por la mente, y cuanto menos las entendían, más las admiraban. Y divirtiéndome con todos esos juegos, con todas esas patrañas, he conseguido la celebridad y muy rápidamente. Y la celebridad para un pintor significa: ventas, ganancias, fortuna y riqueza. Y hoy, como usted sabe, soy célebre, soy rico. Pero a solas conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme como artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Fueron grandes pintores Giotto, Ticiano, Rembrandt y Goya: yo sólo soy un amuseur público que ha entendido su época, y ha agotado en cuanto ha podido la imbecilidad, la vanidad y la codicia de sus contemporáneos. Amarga confesión la mía, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero con el mérito de ser sincera.
Pues bien, como se nos propone al comienzo del artículo, que cada uno formule su opinión. Yo, por mi parte, ya tengo la mía y que he extraído del Libro segundo (Analítica de lo sublime, cap. XLVIII) de la Crítica del juicio de Kant.
Para el filósofo de Königsberg, el arte puede tratar cualquier tema y hacer aflorar en el espectador de la obra de arte cualquier sentimiento, independientemente de la carga moral y del horror que el asunto despierte en él.
Sólo existe un límite, una restricción, un sentimiento que puede ser suscitado por la obra de arte y que produce, de forma fulminante, la pérdida de todo efecto estético.
Para dar más misterio al asunto, y dado que para ser fin de semana ya he trabajado suficiente, os dejo con la transcripción del texto para vuestro deleite.
Y es que Kant, era mucho Kant.
El arte bello muestra precisamente su excelencia en que describe como bellas, cosas que en la naturaleza serían feas o desagradables. Las furias, las enfermedades, devastaciones de la guerra, etc., pueden ser descritas como males muy bellamente, y hasta representadas en cuadros; sólo una clase de fealdad no puede ser representada conforme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfacción estética, por lo tanto, toda belleza artística, y es, a saber, la que despierta asco, pues como en esa extraña sensación, que descansa en una pura figuración fantástica, el objeto es representado como si, por decirlo así, nos apremiara para gustarlo, oponiéndonos nosotros a ello con violencia, la representación del objeto por el arte no se distingue ya, en nuestra sensación de la naturaleza, de ese objeto mismo, y entonces no puede ya ser tenida por bella.
p.d. espero que hayáis pasado un rato agradable. Mañana más y mejor.
Me gusta encontrarme este tipo de tesoros casi o más que un billete de veinte euros en el bolsillo de una prenda de invierno de la temporada pasada.
Mi hallazgo no deja de ser un tanto siniestro porque, como decía Schelling, lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado, y os voy a explicar porqué.
En la espléndida bitácora El triunfo de Clio, aparecen varios artículos donde se pone en tela de juicio la valoración actual de la obra de arte. Pues bien, en mi amarillento descubrimiento, un ciudadano residente en Madrid, escribe lo siguiente:
CONFESIÓN DE PICASSO
Señor director: Con motivo de la exposición El Siglo de Picasso, me ha parecido oportuno el siguiente propósito, dejando a cada uno el formular su opinión al respecto:
Las revistas francesas Poitiers-Université (nº 120, avril 1978) y Universidad Francesa (nº 118, J.F. mars, 1984), publicaron los extractos de una carta de Pablo Picasso a su amigo Giovanni Papini (1952), en francés, que me permito traducir en español.
Dado que ya el arte no es el alimento que nutre a los mejores, el artista puede ejercitar su talento en todos los intentos de nuevas fórmulas, en todos los caprichos de la fantasía, en todos los recursos del charlatanismo intelectual. En el arte, el pueblo ya no busca consuelo ni exaltación, pero los refinados, los ricos, los ociosos, los destiladores de quintaesencia buscan lo nuevo, lo extraño, lo original, lo extravagante, lo escandaloso. Y yo mismo, desde el cubismo y más allá, he contentado a esos maestros y a esos críticos con todas las rarezas cambiantes que se me pasaron por la mente, y cuanto menos las entendían, más las admiraban. Y divirtiéndome con todos esos juegos, con todas esas patrañas, he conseguido la celebridad y muy rápidamente. Y la celebridad para un pintor significa: ventas, ganancias, fortuna y riqueza. Y hoy, como usted sabe, soy célebre, soy rico. Pero a solas conmigo mismo, no tengo el valor de considerarme como artista en el sentido grande y antiguo de la palabra. Fueron grandes pintores Giotto, Ticiano, Rembrandt y Goya: yo sólo soy un amuseur público que ha entendido su época, y ha agotado en cuanto ha podido la imbecilidad, la vanidad y la codicia de sus contemporáneos. Amarga confesión la mía, más dolorosa de lo que pueda parecer, pero con el mérito de ser sincera.
Pues bien, como se nos propone al comienzo del artículo, que cada uno formule su opinión. Yo, por mi parte, ya tengo la mía y que he extraído del Libro segundo (Analítica de lo sublime, cap. XLVIII) de la Crítica del juicio de Kant.
Para el filósofo de Königsberg, el arte puede tratar cualquier tema y hacer aflorar en el espectador de la obra de arte cualquier sentimiento, independientemente de la carga moral y del horror que el asunto despierte en él.
Sólo existe un límite, una restricción, un sentimiento que puede ser suscitado por la obra de arte y que produce, de forma fulminante, la pérdida de todo efecto estético.
Para dar más misterio al asunto, y dado que para ser fin de semana ya he trabajado suficiente, os dejo con la transcripción del texto para vuestro deleite.
Y es que Kant, era mucho Kant.
El arte bello muestra precisamente su excelencia en que describe como bellas, cosas que en la naturaleza serían feas o desagradables. Las furias, las enfermedades, devastaciones de la guerra, etc., pueden ser descritas como males muy bellamente, y hasta representadas en cuadros; sólo una clase de fealdad no puede ser representada conforme a la naturaleza sin echar por tierra toda satisfacción estética, por lo tanto, toda belleza artística, y es, a saber, la que despierta asco, pues como en esa extraña sensación, que descansa en una pura figuración fantástica, el objeto es representado como si, por decirlo así, nos apremiara para gustarlo, oponiéndonos nosotros a ello con violencia, la representación del objeto por el arte no se distingue ya, en nuestra sensación de la naturaleza, de ese objeto mismo, y entonces no puede ya ser tenida por bella.
p.d. espero que hayáis pasado un rato agradable. Mañana más y mejor.
4 comentarios
iñaki -
Iñaki otra vez.
iñaki -
He investigado un poco (aquí mismo, en Internet), y he hallado que lo que se cita como "carta de Picasso a Papini" es un fragmento de "El libro negro", de Papini, en el que cuenta una visita suya a Picasso. Es decir, las supuestas "palabras textuales" de Picasso son de Papini, quien pudo deformar o inventarse la opinión de Picasso. De todos modos, creo que Picasso pudo decir eso y mucho más.
Enhorabuena por el blog, al que he llegado ya no recuerdo cómo.
Iñaki
Vailima -
Un saludo Ana y gracias por visitar mi blog.
Ana -
Un saludo y gracias por el blog.