EL PÓRTICO DE LA MISMÍSIMA GLORIA
Se acaban las vacaciones sin remedio y a pesar de nuestra voluntad. Como les decía en mi último post (allá por el mes de junio como me ha recordado Palimp) el románico iba a convertirse, una vez más, en nuestro objetivo vacacional. En lugar de chiringuito y crema solar, edificios en piedra y prismáticos para contemplar canecillos insólitos, capiteles historiados y otra suerte de elementos arquitectónicos que ratificaran de nuevo nuestra pasión por él.
Marta y Alberto nos ofrecieron su amistad, su casa y sus conocimientos en los cuatro días que Tio Petros y yo disfrutamos en Santiago de Compostela. Era mi primer encuentro con la ciudad y aunque me la imaginaba sombría y húmeda, los cuarenta mil grados de este mes de julio no me robaron ni un ápice de belleza cuando la catedral se me presentó majestuosa y humilde –combinación casi imposible-, ante mis ojos.
Es imposible encontrar igualmente en todo el período que abarca el Románico imágenes como la que se nos presenta, a manos del Maestro Mateo, en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago. Me refiero al sonriente y amable profeta Daniel. Su aspecto risueño y hasta cierto punto malicioso nos hace sospechar que, lejos de compartir una actitud hierática y solemne como los personajes que le rodean, algo divertido, interesante y extraño está pasando por su mente desde el momento que fue esculpido en la piedra.
Nada a su alrededor hace sospechar el asunto en cuestión, esa desmesura incontenida con la que provoca al visitante; esa incontenible desvergüenza con la que ha decidio permanecer tantos siglos.
Por experiencia propia sé que cuando Tio Petros sonríe de esa manera, en público, impúdico (y es un experto creando este tipo de situaciones), la intriga está asegurada y, sobre todo, cerca. Así que haciendo alarde de mis conocimientos (que para eso una ha visto en varias ocasiones “El silencio de los corderos”) dirigí mi mirada hacia los ojos del profeta para capturarla y que fuera ella quien me diera la respuesta que yo estaba buscando. Y así fue; así pasó. El muy ladino me condujo frente a sí, sin mirarme, casi ignorándome para mostrarme una resplandeciente Reina de Saba exhibiendo sin recato sus dos poderíos esféricos como cualquier mujer, reina y de Saba hubiera hecho.
“El Pórtico de la Gloria”, sí señor: ¡qué buen nombre para un buen Daniel! Pero una maldición calló sobre la obra del Master Mateo cuando tiempo atrás algún alma desalmada ordenó limar los senos de la reina para vaciarlos de exhuberancia y reducir la piedra seductora a los ojos del profeta hasta una talla 80. Desde entonces sigue sonriendo el risueño Daniel: por lo que vió, por lo que otros no vieron, por lo que nosotros no veremos jamás.
Marta y Alberto nos ofrecieron su amistad, su casa y sus conocimientos en los cuatro días que Tio Petros y yo disfrutamos en Santiago de Compostela. Era mi primer encuentro con la ciudad y aunque me la imaginaba sombría y húmeda, los cuarenta mil grados de este mes de julio no me robaron ni un ápice de belleza cuando la catedral se me presentó majestuosa y humilde –combinación casi imposible-, ante mis ojos.
Es imposible encontrar igualmente en todo el período que abarca el Románico imágenes como la que se nos presenta, a manos del Maestro Mateo, en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago. Me refiero al sonriente y amable profeta Daniel. Su aspecto risueño y hasta cierto punto malicioso nos hace sospechar que, lejos de compartir una actitud hierática y solemne como los personajes que le rodean, algo divertido, interesante y extraño está pasando por su mente desde el momento que fue esculpido en la piedra.
Nada a su alrededor hace sospechar el asunto en cuestión, esa desmesura incontenida con la que provoca al visitante; esa incontenible desvergüenza con la que ha decidio permanecer tantos siglos.
Por experiencia propia sé que cuando Tio Petros sonríe de esa manera, en público, impúdico (y es un experto creando este tipo de situaciones), la intriga está asegurada y, sobre todo, cerca. Así que haciendo alarde de mis conocimientos (que para eso una ha visto en varias ocasiones “El silencio de los corderos”) dirigí mi mirada hacia los ojos del profeta para capturarla y que fuera ella quien me diera la respuesta que yo estaba buscando. Y así fue; así pasó. El muy ladino me condujo frente a sí, sin mirarme, casi ignorándome para mostrarme una resplandeciente Reina de Saba exhibiendo sin recato sus dos poderíos esféricos como cualquier mujer, reina y de Saba hubiera hecho.
“El Pórtico de la Gloria”, sí señor: ¡qué buen nombre para un buen Daniel! Pero una maldición calló sobre la obra del Master Mateo cuando tiempo atrás algún alma desalmada ordenó limar los senos de la reina para vaciarlos de exhuberancia y reducir la piedra seductora a los ojos del profeta hasta una talla 80. Desde entonces sigue sonriendo el risueño Daniel: por lo que vió, por lo que otros no vieron, por lo que nosotros no veremos jamás.
6 comentarios
Vailima -
Gracias plattdorf
Plattdorf -
El profeta sonriente no es David; es Daniel.
:-)
Pedro -
Saludos desde México
Gerardo -
Bienvenida.
Palimp -
Cristina -
Y sí, David parece que se le está riendo a uno encima de la fe...
Me sobran los turistas que se pelean por darse los tres cabezazos, pero es un lujo recorrer Santiago otra vez a través de tus ojos, Vailima, gracias.