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Vailima

Pietro Aretino

EL ACABÓSE

Amigos, hasta aquí hemos llegado. Quiero decir con la 2ª Muestra de Relatos Eróticos de este año. Vailima entonces ha de ponerse las pilas y retomar el blog no sin antes agradecer la participación de todos aquellos que nos han hecho disfrutar con sus relatos a lo largo de estos días. Mil gracias a:

DAMABLANCA por su erótica mirada.

SALAMANDRA por calentarnos en medio del frío del anochecer.

PALIMP por hacernos caer en una de las mejores virtudes para el sexo: la gula.

TIO PETROS por hacernos reflexionar sobre el amor a los animales.

LADYDARK por alejarnos de la rutina.

N. por los encuentros cargados de pasión.

ISOLINA BALLESTEROS por escondernos tras la persiana.

MARÍA ALEXANDRA por acercarnos a nosotros mismos entre colores.

 

A ustedes, lectores, que me proporcionan el placer de su compañía, invitarles a que no abandonen sus asientos. La Divina Comedia continúa.

Mañana será otro día.

ADAGIO EN ROJO

ADAGIO EN ROJO

Para mí escribir un relato de este tipo, bajo mis actuales circunstancias, impone un enorme esfuerzo. La falta de tiempo, gente revoloteando a mi alrededor, la pereza, pero sobre todo lo vivido, lo experimentado tantas veces. Siento como si fuera a relatar cualquier otro aspecto normal mi vida, como por ejemplo que ayer cociné a mi familia un osobucco estofado con vegetales, en una reducción de vino tinto que, modestia a parte, quedó de rechupete, pese a que a los pequeños de la casa no hiciese mayor gracia.

Primun vivere, deinde filosofari, reza un antiguo adagio. ¿Y luego qué? Es como pretender explicar al ciego como es el rojo, o al sordo tratar de describirle el intermezzo en la mayor de las seis piezas para piano Op. 118 de Brahms que tanto me conmueve. Y sin embargo es ése precisamente el artificio, transmitir esa dulce o procaz nota, inaudible al oído, a través de otro sentido.

Es duro hacerlo, exige gran concentración para abandonarse y dejarse arrastrar a ese abismo de lúbricas imágenes, para entonces poder tender la mano al lector, conducirle a experimentar una vívida ilusión, llevarle allí para que te observe hacer, o que te hagan, pues debes estar en disposición de permitir esa presencia ajena, pero sobre todo conminarle a avanzar a esas oscuras regiones comúnmente reprobables mediante engañosas metáforas que prometen goce y deleite celestiales en un mundo sin consecuencias, y desnudarle, inducirle a desearlo tanto, tanto, como para hacerle cuestionar su asceta existencia.

Pero, ¿porque habría yo de hacer esto? Pues, porque ésa es la naturaleza del trasgresor ante su basta soledad, inducir a otros a participar de su mundo de subversiones; así como el estafador te ilustra con lujo de detalles las pingües ganancias de sus tropelías y la garantía de impunidad que le avala, así yo podría describir las inefables sensaciones de aquello que comúnmente hago mientras llevo la máscara del nombre con el que se me conoce en esos círculos que frecuento cuando soy quien realmente soy, ¿o será cuando soy aquello en lo que me he convertido?. Da igual. Al final, se trata de un muy refinado, a la vez que seductor, intento de justificación cuya inatinencia argumentativa salta a la vista.

Pues bien, al cabo alguien afirmó que la masturbación es, entre otras cosas que de ella puedan predicarse, fuera de toda valoración, y objetivamente hablando, un acto inminentemente homosexual. ¡Que sí!, ¡Que no! Decían unos y otros. En realidad no lo sé, sin embargo sí que es una referencia táctil muy válida, mas no exhaustiva, a dicha condición sexual - lo que me hizo recordar aquellas chanzas en el cole cuando se le preguntaba alguien si alcanzaba su sexo con la boca, y con horror respondía que no, entonces iba el otro y le preguntaba “¿ya has probado?”. Hoy puedo decirles que si, en soledad, sin que nadie lo supiese, probé y no llego - si esto es así, que la masturbación constituye un acto homosexual, mi primera experiencia en tal sentido la tuve siendo muy joven. No recuerdo con exactitud, pero desde entonces no he dejado de hacerlo. Claro está, ello no me convierte propiamente en homosexual, otros ciertos requisitos aplican, en el sentido que comúnmente se da al término, e incluso desde el punto de vista de la psicología, que al final de cuentas no se sabe bien lo que es pues no existe ciencia de lo particular. En fin, quien no se haya masturbado al despertar de su sexualidad que tire la primera piedra.

¿Pero que sucede entonces con los besos y las caricias? Supongamos que te sentamos en una silla, te atamos y te vendamos los ojos; y acto seguido alguien comienza a propinarte perturbadoras caricias y recorre palmo a palmo cada rincón de tu cuerpo, allí, donde más te gusta, posa sus labios sobre los tuyos lamiéndolos dulcemente para entonces descender lentamente, llegar a tu entrepierna y devorarte hasta hacerte desfallecer. ¿Estarías en capacidad de distinguir el género del perpetrador? ¿Sería Miss Scarlet o Mister Brown – muy bien rasurado, of course - con la lengua en el salón? Difícilmente alguien se sometería a semejante experimento – salvo quienes hacen vida swinger – pues privaría, en los mas de los casos, el temor a ciertas revelaciones incómodas que podrían dejar al descubierto el secreto mejor guardado de todos, el mayor de los misterios: Tú; ante la sacrosanta curia de la opinión pública de tu barrio o localidad.

Ciertamente hay heterosexuales, bisexuales y homosexuales. Pero también los habemos quienes somos simplemente lo que nos apetece, aquí y ahora, sin dejarnos caer en las terribles garras del lenguaje, puesto que el Ser, más que un efecto del lenguaje, es esa inmovilidad que con nuestro pensamiento imponemos al mundo.

No diré de momento, si se trató de Miss Scarlet o de Mr. Brown durante aquel breve pero intenso ejercicio fenomenológico, eso es lo de menos ahora, lo cierto es que, usando un metáfora de H. Miller, me corrí como una ballena.

Autora: María Alexandra Malex

TRAS LA PERSIANA

TRAS LA PERSIANA

Me gusta llegar primero y abrir la ventana y a través de las rendijas de la persiana mirar a oscuras el movimiento de la calle. A esa hora hay mucha gente y fuera la luz es intensa. Dentro todo está igual que cada día. Luego llega él y entra despacio. A partir de ese momento su presencia lo llena todo, me aleja de la ventana y paraliza el pensamiento y la palabra.

Los aromas de las tiendas de especias entran en la alcoba, en medio del calor de la tarde. El bullicio de la plaza del mercado ahoga nuestros gemidos, acompaña el desenfrenado movimiento de nuestros cuerpos y cuando exhaustos reposan éstos, ahuyenta el silencio que precede al sueño y nos arrulla suavemente. Y esa sensación es deliciosa porque todo sucede justo afuera de la alcoba. Una puerta endeble y vieja nos separa de la callejuela, transitada todo el día, y una persiana cubre la única ventana, abierta. Sólo al atardecer se filtran tenues hilos de luz bajo los cuales la piel humedecida brilla. Sorprende que los transeúntes del exterior no perciban nuestra entrega, no se sientan atraídos hacia lo que adentro está sucediendo; que no adivinen que detrás del portón avejentado por los años y tras la persiana deslucida por la luz de infinitos atardeceres, ante sus ojos, se está representando cada tarde la misma escena.

Ya de noche, la actividad va cesando, las voces suenan lejanas y llega poco a poco el silencio aterrador que precede a nuestra separación. Salimos mudos por la puerta, juntos ahora, pues quién nos puede ya reconocer. El final de la calle es también el final de nuestra unión. Después somos dos extraños en la noche que caminan, viajan en autobuses, se dirigen a sus respectivos destinos, anónimos y ausentes de todo a su alrededor. Los ruidos y olores de la plaza soleada resuenan en mi cabeza todavía durante horas, me obsesionan.

A veces vuelvo los domingos sola y me paro al otro lado de la calle, frente al portón, y lo observo absorta desde fuera, y a través de la persiana creo percibir nuestras siluetas o escuchar nuestras voces y sonrío satisfecha de complicidad conmigo misma. Compruebo que nadie se fija en él, que los viandantes pasan por delante sin sospechar, sin asomo de curiosidad y compran en los puestos de al lado, entran en las tiendas interiores, algún niño llora, alguien pone la radio en la casa contigua. Me asombra el carácter de este espacio que hemos elegido para nuestros encuentros, porque al estar situado al nivel de la calle, siempre con la ventana abierta para aliviar el calor, invita a la mirada curiosa y, sin embargo, se mantiene inexplicablemente privado e inexistente, protegiendo cada tarde nuestra clandestinidad.

Su silueta apoyada en la jofaina de porcelana se oscurece al caer la tarde, su piel ahora mate se desvanece momentáneamente ante mis ojos, sólo siento su mirada que cuenta cada poro de mi piel. Sus dedos mojan suavemente las hojas de la planta que agradece su caricia diaria. Y después, empapa un trapo de agua tibia y lo pasa por mi cuerpo con cuidado desde el cuello hasta las manos, por el vientre hasta las piernas, las caderas y la espalda, para borrar cada huella de su paso por mí. Siento un cansancio de muerte que me invade y del que no quisiera salir. Y entonces me veo a mí misma en la calle observando esta misma escena por la ventana, como paseante que al azar ha descubierto lo inesperado. Contengo la respiración nerviosa y atisbo sigilosa. En la alcoba tenuemente iluminada por el leve reflejo del sol tras la persiana veo a un hombre desnudo de tez oscura y tersa que se inclina sobre un lecho en el que yace tendido el cuerpo inerte de una mujer. Ella parece muerta pero mira fijamente a la ventana como sabiéndose observada. Su mirada y la mía se funden y huyo de allí sintiéndome intrusa, ajena espectadora de una ficción que no me corresponde.

Autora: Isolina Ballesteros (la imagen ha sido escogida por la autora y su manager y hermano, a saber, desequilibros )

EL ENCUENTRO

EL ENCUENTRO

A ella no le importaban los típicos tópicos que corrían acerca de este tipo de relaciones. Ella estaba segura, como siempre, de lo que hacía y de lo que decía. Sentía que eran el uno para el otro, y esta impresión era recíproca.
Y es que la suya no era la típica relación, eran seres especiales, únicos, con un encanto y una magia que les envolvía.
Se acabó el soñar con el roce de su piel y el olor de su pelo, por fin estaba entre sus brazos. Podía sentir su calor, el latido de su corazón. Por fin sentía sus largos dedos enredándose en su pelo. Cosquillas producidas por su cabello cayendo sobre su frente. Su piel, tan suave y tan tersa... desprendiendo ese olor tan dulce.
Y qué decir del tacto de sus labios... de ambas bocas buscándose deseosas. Ese escalofrío recorriendo ambos cuerpos al tocarse, al sentirse. Todo era único, el sonido de sus besos, sus respiraciones agitadas por el momento, la ropa cayendo bajo sus pies.
Dos cuerpos que arden en deseos de fundirse en uno. Desearían tener más manos para poder tocarse el uno al otro, para explorarse y conocerse. Es tanto lo que expresan con sus cuerpos enredados, con sus movimientos acompasados...

Pieles blancas sobre oscuras sábanas, sus cabellos claros enredándose con sus cabellos oscuros y miradas... Miradas penetrantes, miradas que hablan.
Y es que a ella siempre le encantó su mirada, su firmeza, a través de ellos podía ver el infinito. Viéndose reflejada en ellos creía poder alcanzarlo todo, inclusive ese infinito.
No podía existir nada más bello que ese momento, en ese preciso instante nada más existía para ella. Se sentía única y especial, él la hacía sentir así.
El placer y el deseo eran lo único que tenía cabida en aquel dormitorio. El placer y el deseo, y ellos dos. En aquel momento sólo velaban por su propio interés, que no era otro que el placer. Absortos en sus propios cuerpos desnudos y entrelazados y tan infinitamente bellos.
Y ella seguía sin poder creer que llegase ese día. El gran día. Su día, el de ella y el de él, el gran día para ellos.
Tras multitud de charlas, confesiones, risas, momentos dulces y amargos, por fin había llegado el día en que compartir charlas, confesiones, risas y momentos se hacía real.

Un sueño, todo eso no fue más que un sueño. Las cosas seguían en el mismo lugar, ella tomó la decisión acertada alejándose de su lado, pues él no era quien decía ser, fingió ser la persona perfecta y posiblemente ella también fingió, tal vez ambos fingieron y se acabó el amor, o es que quizás nunca lo hubo.

Autora: N. (imagen escogida por la autora)

LA RUTINA

LA RUTINA

Llego cansada, como todos los viernes, a esa casa, que sin ser mía comienza a ser una parte de mi. Este no es diferente de todos los anteriores durante el último año. Hace calor, y, después de horas de viaje, traigo la ropa pegada al cuerpo, un sabor salado en la piel y una sensación de vago descuido. Llamo al timbre sabiendo que esta ahí, que, a pesar de la distancia, siempre que me paro enfrente de esa puerta, él me abrirá. Y con esa puerta se abrirán sus ojos y sus miradas, sus manos y sus caricias, sus labios y sus besos. Nos damos un fugaz beso en los labios, un poco monótono y recuerdo los primeros viernes, aquellos en que apenas traspasaba el umbral de esa puerta nuestras ropas eran un montón de hojas caídas sobre el suelo, alfombrando el camino hacia cualquier parte, a veces hacía ninguna, devorándonos contra esa misma puerta que acaba de cerrarse.

Ocurre que, aún sin vernos todos los días, la rutina termina por hacer mella. Me pregunta por el viaje y contesto con palabras parecidas a las de hace un par de semanas, y me dice que tiene que ir a comprar. No presto mucha atención, sólo deseo desnudarme y dejar que el agua borre el cansancio y el calor. “Vale, no te preocupes, acércate tú y mientras me ducho. Luego saldremos a cenar”.

Otro beso fugaz mientras recoge las llaves y sale por la puerta. Dejo el equipaje en la habitación, me quito los zapatos con una especie de rabia contenida y pienso que yo si le sigo deseando igual que hace un año. Me desnudo deprisa y dejo la ropa de cualquier manera sobre la cama. Cojo una toalla y recorro, desnuda y descalza, los pasos hasta el baño. Mientras siento una especie de impotencia, me habría gustado abrazarme a él y darle un beso largo antes de que saliera.

Me meto en la bañera y abro el grifo del agua, espero un poco a que no este demasiado fría ni demasiado caliente. Cuando tiene la temperatura perfecta dejo que el agua arrastre mi mal humor, no merece la pena perder mis horas con él en pensamientos llenos de enojo o ira. Según desaparecen los malos presagios, me invade un dulce calor, recuerdo otros días bajo esa misma ducha con su piel pegada a la mía. Su boca en mi cuello, sus brazos rodeando mi cuerpo, una de sus manos en mi pecho, pellizcando suavemente mis pezones, la otra sujetando mi cadera contra la suya. Es tan vívido el recuerdo que puedo sentir su erección contra mis nalgas. Le deseo. Le deseo y me gustaría que fueran sus manos y no las mías las que ahora resbalan por mi cuello, las que buscan mis pezones excitados. Sus dedos y no los míos, los que aprietan esos pezones, como pinzas suaves entre el placer y el dolor. Mi mano baja despacio por mi cuerpo mojado, corriendo con los surcos que el agua dibuja por mi estomago, por mi ombligo, por mi vientre. Me acerco al centro de mi deseo, donde se mezclan la humedad ardiente del placer presentido y el agua limpia y cálida. Empiezo a acariciarme, despacio, lentamente, no tengo prisa, mientras mi mente recobra la sensación conocida de su lengua inquieta en mi sexo, buscando, como tan sólo él sabe, arrastrarme en oleadas de placer hacia una playa infinita. Mi cuerpo se arquea y mis dedos tocan con la experiencia del cuerpo propio, más rápido, más intenso. De repente, aunque tengo los ojos cerrados y estoy de espaldas a la puerta entreabierta, una mirada me atraviesa, lo noto, percibo una hoguera detrás de mi. Abro los ojos y me fijo en el espejo que queda a un lado de la pared, entonces le veo, de pie, desnudo, callado, oigo su respiración entrecortada y profunda por el deseo, distingo su mirada llena de pasión, anhelando acercarse a mi, contemplo su cuerpo excitado suplicando por acortar el camino hasta la fuente donde apagar toda su sed. Entonces me llevo un dedo a los labios, shhh, silencio. Y continuo acariciándome, perdida en su mirada, sólo para sus ojos, sujeta por un lazo invisible a su piel, sosteniendo entre los dos el ansia del goce compartido como una brizna de hierba que se mantiene en el aire sin ayuda. Hasta que la playa infinita me recoge y con el último gemido de mi orgasmo, el calor de su cuerpo se amolda a mi espalda, a mis nalgas, a mis piernas, a mi piel, haciéndome saber que ya no necesito imágenes en mi interior, porque la realidad supera con creces a la ficción y este viernes nace en ese preciso instante.

 

Autora: Ladydark

MANUEL Y YO

MANUEL Y YO

Vivo realmente bien. Mis días transcurren plácidamente sin mayores obligaciones mientras comparto mi existencia con Manuel y Lucía. Tengo aventuras ocasionales sin mayor importancia que no son dignas de relatar por lo tópicas y anodinas, pero tampoco pido más a la vida. A veces decido ausentarme de casa durante algunos días y llevar una vida bohemia hasta que me hastío y regreso. Ellos, Lucía y Manuel, lo comprenden y se limitan a celebrar mi vuelta. De modo que, a pesar de ser amante decidido de la vida tranquila, cuando quiero me permito romper la monotonía. Lo puedo hacer, y lo hago con cierta frecuencia.

A pesar de ello, las vivencias más imborrables siempre me han ocurrido de puertas para adentro. La última y más importante ha ocurrido recientemente.

Manuel llegó hace unos días a casa con una noticia: se marchaba y no volvería en cuatro días por asuntos de trabajo. Un trabajo que le permite mantenernos a Lucía y a mí en gloriosa ociosidad, dicho sea de paso. Estaba contento porque –dijo- era un viaje de negocios importante para su futuro profesional.

- No te quedarás sola, mi amor. Son sólo cuatro días, y además estáis los dos - le oí decir a Manuel mientras dirigía su mirada hacia mí.

Lucía le sonrió y se besaron apasionadamente. No suelen escatimar muestras de amor en mi presencia, de modo que estoy acostumbrado y lo veo como algo perfectamente normal.

A la mañana siguiente, Manuel se marchó después de desayunar. Tras despedirse de ambos, Lucía y yo nos quedábamos solos en casa.

Los días siguientes fueron estupendos a pesar de la ausencia de Manuel. Mejor dicho: a pesar de la presencia del vacío que deja Manuel cuando no está. Lucía y yo fuimos de compras varias veces, y por la tarde paseábamos por los jardines en dirección al puerto. Una vez allí, caminamos lentamente bajo la fina lluvia que caía sin parar por aquellos días. Yo me resisto a mojarme sin necesidad, pero a Lucía le encanta. Era otoño, y el agua parecía templada, casi caliente. Su pelo se quedaba chorreando y en ocasiones incluso no podía ver porque el agua se me metía en los ojos. Pero nada importaba, disfrutábamos mucho con nuestra mutua compañía.

El primer día, cuando volvimos a casa, ella se fue directa a la ducha. Estaba empapada y necesitaba cambiarse, así que yo que estaba seco, me quedé en el salón esperándola. Salió del baño con un albornoz blanco cuyo cinturón había desaparecido hacía unos días, con el pelo recogido y descalza.

Me gusta cómo huele Lucía.

-Dentro de tres días volverá Manuel - me dijo.


Creo que en realidad hablaba para sí misma aunque dirigiéndose a mí. Me acerqué a ella. Estaba sentada con las piernas entreabiertas. Ya no dijo una sola palabra más. Me obligó con mucha suavidad a meter mi cabeza dentro del albornoz. Uno supone que ante ciertas situaciones no caben muchas posibilidades y dada la mía, debía hacer lo que hice: dirigirme con suavidad hacia el centro de su sexo. Olía a humedad y a champú suave, pero había mil aromas más. Todos ellos mucho más agradables que el del champú. Comencé a lamer aquel sexo mientras su dueña se echaba hacia atrás en la silla y abría aún más sus piernas. Esto me facilitó la labor. Notaba cómo la excitación iba creciendo dentro de mí mientras mi saliva se unía a los flujos que Lucía segregaba. Yo seguía chupando y lamiendo y ella jadeaba y movía su pelvis hacia atrás y hacia delante. Aquella operación duró un buen rato y debí hacerlo bien, porque Lucía comenzó a jadear de forma acompasada, acabando en una mezcla de lamento y gemido como el que oía a través de las paredes cuando hacía el amor con Manuel.

Un buen rato después se apartó de mí y me miró a los ojos como sólo ella sabe hacerlo. Yo sé que a veces Lucía no necesita hablar. En esas ocasiones aprecia (lo sé positivamente) más mi compañía que la del resto de sus amigos, ruidosos amigos que llenan de vez en cuando la casa con conversaciones intrascendentes. Estoy convencido de que tras Manuel yo ocupo su corazón. Lo sé y lo comprendo. Lucía sabe también que Manuel es muy importante para mí. Aquel era uno de tales momentos silenciosos en los que Lucía y yo nos entendíamos perfectamente.

Tras ese encuentro, no nos volvimos a dirigir la mirada en el resto del día. Pude comprobar que se había producido un cambio en ella, estaba en lucha consigo misma.

Los cuatro días de ausencia de Manuel fueron parecidos, excepto el último. Lucía y yo tuvimos un encuentro salvaje en el salón, sobre la alfombra mientras la lluvia repiqueteaba en los cristales. La monté como nunca hubiera imaginado. Ella, abandonando todo recato, gemía fuera de sí mientras yo bombeaba una y otra vez mi miembro en su interior hasta derramarme y quedar exhausto. Esta vez nos recostamos ambos en la alfombra al terminar. Al igual que en las tres ocasiones anteriores, tampoco me dijo cosa alguna.

Al final llegó Manuel. Lucía y yo estábamos en casa, esperándole. Tengo una percepción muy especial de los estados de ánimo de ambos y por eso sabía sin duda alguna que Lucía estaba nerviosa. Las inflexiones de su voz me lo indicaban, y sus manos me lo corroboraban: se notaba que no sabía qué hacer con ellas mientras hablaba. Pero Manuel no se dio cuenta de nada, venía con mil cosas que contar sobre sus negocios, todo había salido muy bien y quería celebrarlo. La mirada de Lucía bailaba entre Manuel y yo mientras hablaba, pero Manuel sólo la miraba a ella.

Me pareció que lo más correcto era retirarme y así lo hice. Me fui al jardín y allí me quedé durante las dos horas largas que duró la conversación. Desde allí les oía hablar sin parar. Mejor dicho: Manuel hablaba y Lucía escuchaba las novedades. Cuando empezaba a anochecer, Manuel salió al jardín con una sonrisa, mirándome a los ojos y me dijo como todas las noches que está en casa, en una especie de ritual privado:

- ¿Te apetece un paseo?


Mientras lo pregunta, invariablemente mantiene la correa en lo alto, pensando que si no la veo no le voy a entender.

Invariablemente, ladro poderosamente dos veces, mientras me dirijo a la puerta moviendo la cola, entusiasmado con la idea de un paseo nocturno con Manuel. Como todas las noches.

Me gusta mucho que Manuel esté en casa con nosotros.

Autor: Tio Petros (imagen elegida por el autor)

GULA

GULA

Anticipo el placer antes de verlo, admirando el bulto enhiesto bajo el
velo que lo cubre. Con cuidado deslizo la abertura hasta que lo veo,
entero, apetecible y provocador. Primero, el olor. Aspiro
profundamente su aroma sin evitar -no quiero- un ligero
estremecimiento. Mi boca empieza a producir saliva. Soy golosa, lo sé.
Dominando mi impaciencia acaricio con mi lengua la punta, lento y
suave. Poco a poco -casi en círculos- voy recorriendo su superficie.
Domino mi voluntad para que mis lametones no se vuelvan frenéticos,
pero mi lengua -casi independiente- abarca cada vez más, presiona cada
vez más fuerte, se mueve cada vez más rápida. Cuando ya no puedo más,
me lo introduzco en la boca. Espero unos segundos -dejando que su
presencia me inunde- antes de dejar que salga lentamente de mí. Lo
repito una, dos, tres veces, cada vez más adentro, rodeándolo por
completo con los labios, embriagada por su sabor, relamiéndome, mi
deseo aumentando al límite, aguantando un poco, sólo un poco más hasta
que ya no es posible y estallo, fuera de mí, succionando más y más
fuerte, mordisqueando -con cuidado al principio, enloquecida después-
hasta que ya no queda nada, hasta que extraigo la última gota de
placer. Sorprendida, descubro que me quieres; en el palo veo que me ha
tocado premio.

Autor: Palimp

FRÍO AL ANOCHECER

FRÍO AL ANOCHECER

El documento estaba guardado en la carpeta, la carpeta estaba en el fondo del cajón de la cómoda. Lo había encontrado mientras buscaba desesperado los papeles que sin duda había guardado muy bien para que no se perdieran. Demasiado bien, estaba seguro, no los había tirado, los había guardado, pero no recordaba dónde. Volví al documento. Eran páginas amarillentas, tamaño cuartilla (no A5 como en los tiempos modernos) escrito en vertical con tinta color violeta. Empezé a leer, no podía evitarlo, la curiosidad, el impulso de entrar en la vida de otra persona fue superior a cualquier otro pensamiento y leí:

"Siempre me pasa lo mismo. Intento controlarme pero no lo consigo. Empiezo buscando aquello que me atrae especialmente. La última vez fue en la casa, el llegó noté que venía antes de que llegase a la puerta, lo dejé entrar. Aunque percibía su presencia sentía el deseo me había propuesto no lanzarme como una cualquiera. Dejé que fuera viendo la casa, posiblemente si le gustaba se quedase, era cuestión de esperar. En el fondo va a ser mejor, pensé, me daría tiempo de pensar, planificar y hacer que todo fuera perfecto.

Había pasado un día, percibía su presencia por toda la casa, ruidos nuevos, olores diferentes y sobre todo el calor que desprendía. Notaba el rastro de ese calor y no podía sustraerme a él. Incluso esa noche había estado junto a la cama y había notado la respiración pausada del sueño, y el calorcito que salía de su boca. Tenía que ser pronto, no iba a aguantar mucho más.

La noche siguiente entré de nuevo en el dormitorio, acababa de bañarse, y estaba caliente. No pude controlarme y me acerqué. Le dije :"Tengo frío". Se asustó, no se esperaba a nadie, menos a una mujer, lo abracé sin decir una palabra. Me dijo que estaba fría, helada, que me iba a dar calor, me acarició. Me iba poniendo más nerviosa, no quería que acabase como la última vez, que fue un desastre, tenia que aguantar como fuera. Seguía hablando, le di un enorme beso, se asustó, pero siguió. Me empezó a tocar despacio por encima del camisón, yo seguía pensando en que iba a volver a pasar, que no lo iba a poder controlar pero me estaba empezando a dar igual. A cada caricia me iba sintiendo mejor, más excitada a cada momento, empecé a tocarle la espalda, al principio se sobresaltó del frío de mis manos, pero en menos de un segundo había vuelto a la tarea. Seguí sin hablar lo dejé seguir, empezó a besarme el cuello, el pecho, y a darme pequeños mordiscos. Iba cada vez más rápido y más abajo.Todavía podía controlarme. Se separó se bajó el pantalón y volvió. Lo noté contra mí, me lo iba a hacer, me iba a dejar hacer. Tocó bajo el camisón, no llevaba nada, se excitó más y empujó, de pie, sin esperar, comenzó a moverse dentro y me pasó otra vez, perdí el control, le besé otra vez, primero en la boca, se movía más rápido, luego en el cuello, seguía moviéndose hasta que me llenó de calor por dentro, en ese momento no pude más y busqué mi propia satisfacción y de la forma más rápida posible, colmillos inferiores buscando la carótida, justo bajo el borde del músculo, sin tonterías de la yugular que sangra con poca presión. Sangre a 38º a chorro sin necesidad de hacer nada más que tragarla. Se cayó, murió casi antes de llegar al suelo. Me quedé ahita, caliente, pero sabía que tendría que volver a pasar.

Su sangre por mi existencia."

No me lo podía creer, no sabía qué era aquello ni quién lo había escrito, pero parecía demasiado real. Cuando lo estaba pensando tuve la sensación de que había alguien allí.

Me di la vuelta.

La vi.

Me dijo:

"Tengo frío".

 

Autor: Salamandra

Nota: imagen escogida por el autor. 

 

UNA MIRADA

UNA MIRADA

María salió de su cuarto calzándose el zapato, parecía que tenía prisa, una parada en el espejo de la entrada para retocarse esos rizos rebeldes que la gomina no había querido sujetar y un ajuste de su vestido de lycra subiéndose el pecho y colocando las caderas dieron por finalizado su rito antes de abrir la puerta para encontrarse con su deseo.

La noche prometía con una luna en cuarto creciente alumbrando la calle donde saltaban los resplandores de las farolas, sus tacones resonaban con ritmo entre las paredes de la calle y las luces de neón se vislumbraban en el horizonte.

El movimiento felino de sus caderas habría levantado a los muertos si estos hubieran conservado los ojos y las piernas para seguirla.

El balanceo de sus brazos, su altivez en la cara, la mirada penetrante hacia todo el que se le cruzaba obligaba a posar los ojos en ella hasta que la rotación de la cabeza no daba más de si.

María sabía que hoy la magia le acompañaba.

Entró en el local donde la música tamborileaba en sus oídos, sus pasos le abrieron paso entre la masa de gente convulsionada por el ritmo, pero ella mantenía su mirada fija en la lejanía como si nadie existiera a su alrededor mientras dejaba que el compás tomara el mando de sus músculos.

Con movimientos sinuosos, como la serpiente de los fakires, inició un baile consigo misma hipnotizando a todo aquel que se le acercaba, sus manos acariciaban lentamente sus muslos subiendo hasta su abdomen y prometiendo una ruta por las zonas sobresalientes de su anatomía, y unos ojos que no fijaban la vista en sus manos se encontraron con los de ella, parando de repente el mundo

Como imanes de polos distintos la separación fue menguando, paso a paso, sorteando obstáculos, sin romper el invisible hilo de la vista hasta que entre ellos no había nada que les estorbase. Girando en un circulo, se estudiaban como guerreros dispuestos a la lucha, la percusión aceleró el ritmo del corazón, y la música marcando la dirección de sus ojos en un arriba y abajo del cuerpo masculino, la obligaba a reducir el espacio que les separaba hasta que respiró el aire que él sacaba de sus pulmones.

Su contoneo se hizo uno con él, manteniendo una distancia equidistante entre cada punto de su piel como si una fuerza extraña les atrayera pero a su vez les conservara una zona muerta no conquistada aún. Eran dos dibujando una figura imposible en la pista.

Las manos, el pecho, las pelvis estaban a penas tres centímetros de mezclar su sudor, los músculos engañaban, en la flexibilidad del baile, la tensión a la que estaban sometidos.

Los ojos recorrían ahora cada detalle de aquel que tenía tan cerca, bajando los párpados en un acto de coquetería refleja, mientras aspiraba el olor de su cuello y las aletas de su nariz se abrían imperceptiblemente recogiendo todas las sensaciones que revoloteaban a su alrededor.

El roce de una pierna, la mano acariciando la espalda apenas un instante, un giro inesperado y la mirada invitadora de un "sígueme", cambiaron el escenario de la pista por la habitación de un hotel para continuar el baile.

Unas sábanas arrugadas, dispuestas estratégicamente sobre el cuerpo desnudo del hombre y los mechones negros en su cara tapando esos ojos que unas horas antes la habían conducido hasta allí, le dejaban la última imagen que vería antes de cerrar la puerta tras su espalda.

Y María se alejó de allí canturreando una melodía que tardaría días en olvidar.

autora: Damablanca

2ª MUESTRA DE RELATOS ERÓTICOS "PIETRO ARETINO"

2ª MUESTRA DE RELATOS ERÓTICOS "PIETRO ARETINO"

Estimados amigos, a partir de mañana, daremos debida cuenta de los relatos eróticos que han ido llegando. Para los recién llegados, para los que todavía disfrutan de unos días de vacaciones y para los perezosos, les recuerdo que pueden enviar sus relatos a mi dirección de correo electrónico (vailimaARROBAgmail.com) especificando si desean que su nombre o nick aparezca o no publicados y con la imagen que encabezará el texto presentado a la muestra. En caso contrario, la organización (o sea, una servidora) colgará una imagen a su elección.

La muestra no pretende ser un concurso sino un expositor del saber hacer de nuestros lectores en cuanto erotismo se refiere.

A lo dicho, que las pasiones sean con ustedes y nos hagan partícipes de ellas.

COMO LA MUJER DEL POEMA

COMO LA MUJER DEL POEMA

de Rubén Darío que creyó

"que me roería, loca,

con los dientes del corazón".

Pasen un buen fin de semana o un magnífico puente y séanme todos heroicamente felices.

ENREDARSE

ENREDARSE

...en el otro y sin contemplaciones. Hacerse uno y proseguir.

Buen fin de semana y séanme condenadamente felices.

LA ESPERA

LA ESPERA

Es sólo cuestión de tiempo.

Que pasen un buen fin de semana y séanme lujuriosamente felices.

2ª MUESTRA DE RELATOS ERÓTICOS

2ª MUESTRA DE RELATOS ERÓTICOS

Ya saben los lectores de este blog que hace ahora casi un año , se inauguró en esta casa la primera muestra de relatos eróticos que lleva el nombre del ilustre poeta que nos visita cada viernes. Para que la inspiración no les pille abandonados en otros quehaceres quisiera recordarles que la segunda edición tendrá lugar a partir del 2 de mayo próximo. Afilen su imaginación y apunten sus pasiones hacia la punta de su teclado para regalarnos momentos felices de ensueño y excitación. Ya saben, pueden enviarme sus relatos a mi dirección de correo electrónico vailima(arroba)gmail.com para que puedan ser publicados en el blog. Si lo consideran oportuno, podrán especificar en el email si desean el anonimato, de lo contrario se editará el nombre del autor. El erotismo tiene los límites del propio erotismo, a saber, los límites que ustedes quieran ofrecer a sus lectores. Existe un premio por cada relato publicado: el placer de enredar entre palabras al placer mismo.

Que las pasiones sean con ustedes y nos hagan partícipes de ellas.

LAS COLUMNAS DE SANSÓN

LAS COLUMNAS DE SANSÓN

Desperezándose al fin entre columnas o piernas deseadas. Se abren para nosotros y sin darnos cuenta, nos engullen como el oleaje de un mar bravío. Huele y sabe a sal y una extraña fuerza nos arrastra hacia él y nos expulsa hacia fuera una y otra vez, hasta que el mar y nosotros somos uno y nos derramamos en su seno protector.

Que pasen un buen fin de semana y séanme felices.

SIGA LA FLECHA

SIGA LA FLECHA

Hasta donde le lleve.

Hasta donde quiera llegar.

Los límites los pone usted. Libertad.

Pasen un buen fin de semana y séanme felices.

LA FUENTE

LA FUENTE

¿Quién no padece y sufre en su ciudad las obras interminables en carreteras, calles, fachadas, alcantarillado y demás? Nos quejamos de nuestros políticos que abren las tripas de nuestros municipios sin importarles que sangremos ríos de mala leche cuando, a las horas punta, nos quedamos bloqueados con nuestro vehículo en un ir quiero y no puedo. Entonces el ciudadano decide recorrer a pie el trayecto infinito que le lleva de su casa al trabajo y descubre que también los políticos tienen corazón y buen gusto.

“A su servicio” nos dice el mobiliario urbano. Y en medio me encuentro un chorro de arte, surtidor de sentidos.

Eso sí, sin tocarla con los labios que a saber…

Pasen un buen fin de semana. El mío va prometiendo desde esta mañana.

¡Ah! y séanme húmedamente felices.

CORDILLERA

CORDILLERA

Y subir y bajar contigo y en tí. Y me atraviesas, caminante, y me tienes cerca y me dejas atrás. Me traspasas y te quedas, viajero, y descansas a mi lado y tu reposo se hace respiración nerviosa y agitada. Te levantas y subes y bajas conmigo y en mí.

Que tengan, amigos, un agotador fin de semana y suban y bajen y ...

EL HOMBRE ELEFANTE (SEGUNDA PARTE)

EL HOMBRE ELEFANTE (SEGUNDA  PARTE)

..y esto también.

Que pasen un delicioso fin de semana a tamaño natural y séanme olímpicamente felices. Recuerden que lo importante no estriba en la potencia misma, sino en la capacidad de cada uno a la hora de controlarla.

Ladydark, lo prometido es deuda.

ECLIPSE

ECLIPSE

No sé qué tiene el firmamento que tanto nos gusta. Y entre luces y sombras sólo un cuerpo se antepone ante nosotros. Y en ese momento se hace uno.

Que pasen un buen fin de semana y séanme astronómicamente felices.